¿Es mi hijo hiperactivo o simplemente inquieto?

La hiperactividad es una expresión muy seria que no debe pronunciarse con frivolidad: los niños muy inquietos no siempre son hiperactivos. ¿Pero cómo reconocer los síntomas de la hiperactividad y no confundirlos con los de un chico que no se queda quieto e ignora comandos de autoridad?

En los corredores de los colegios es frecuente escuchar comentarios entre padres como: “Mi hijo no para, no puedo con él, creo que es hiperactivo.” “Dice la maestra que tengo un hijo que se mueve mucho en clase, que es muy inquieto. Quizás sea hiperactivo…” “Mi marido y yo hemos dejado de salir con amigos los fines de semana o al restaurante para evitar sentir vergüenza del comportamiento de nuestro hijo”.

La proliferación excesiva de niños ‘llamados’ hiperactivos ha cobrado un puesto importante entre padres y educadores, de tal manera que un trastorno como es la hiperactividad se ha socializado y se ha convertido en un tema de fácil valoración y una forma de poner un letrero a aquellos niños que no entendemos.

¿Por que no se concentra?

Hoy en día se soporta cada vez menos la conducta irregular. Nos gustan los niños despiertos, curiosos, experimentadores del universo que les rodea, pero eso sí… hasta un cierto límite, fuera del cual nos incomodan y nos hacen sentir insatisfechos.

Cuando el niño no se ajusta a nuestras expectativas, al no entender lo que está ocurriendo, definimos al hijo o al alumno con conceptos que nos ayudan a encuadrar la situación y nos dan una falsa sensación de tranquilidad.

Sin embargo algunas veces nos olvidamos de que los motivos por los que un niño no atiende o no se concentra pueden ser otros: cansancio, aburrimiento, tareas demasiado largas para su edad, inmadurez… Y que su desobediencia puede ser debida también a que no entiende las instrucciones, o que quiere captar la atención de los adultos de esta manera.

Mejores pautas educativas

Muchos niños medicados y tratados como hiperactivos en realidad son solo inquietos y distraídos y nos obligan a implicarnos y a gastar energía, complicándonos la vida cuanto queremos que ésta, tanto en el ámbito familiar como escolar, sea tranquila.

¿Qué hacer ante esta situación? Reflexionar más sobre las dificultades del educar en el día a día, sobre la falta de pautas claras en la educación familiar y la pérdida de valores en la formación académica, antes que proyectar sobre los niños nuestro propio cansancio o ignorancia.

Si un niño es sobre activo (no hiperactivo), es decir, con exceso de movimiento, éste necesita una adecuada atención para que sea capaz de controlarse, atender y seguir las pautas y hábitos de los padres y del colegio. Si es cierto que los padres no nacimos ‘aprendidos’ hay educadores y psicólogos que prestan asesoría a los padres en cómo manejar estas situaciones.

La falta de autocontrol en nuestros hijos es una carencia en la educación de los primeros años de vida en la familia; de ahí que cada vez se observan más niños con falta de hábitos y de ritmos estables de vida, que pasan por hiperactivos cuando en realidad son fruto de una escasa atención a sus necesidades educativas y afectivas.

En conclusión, podemos considerar entonces que niños con sobre actividad ambiental, no pueden ser considerados hiperactivos, clínicamente hablando.

¿Y en el colegio?

Muchos colegios no responden a las necesidades educativas y de crecimiento de los alumnos. Para dar clase necesitan niños sentados, escuchando largas explicaciones, con objetivos académicos densos, dando escasa importancia a la vivencia, experimentación y tiempo de descubrimiento donde el alumno sea el objetivo y no los contenidos.

Muchos alumnos no encajan en este perfil, se cansan, se aburren y una forma de manifestarlo sobre todo en edades tempranas (hasta los 8 años) es moverse, distraerse y llamar la atención.

No todos estos niños son hiperactivos y con déficit de atención. Simplemente son el resultado de una pedagogía que no estimula ni activa la atención selectiva de los alumnos y en consecuencia se mueven y hablan demasiado. El maestro con gran número de niños en la clase y con la presión de cumplir la programación, pierde su capacidad perceptiva y de selección de aquellos alumnos con necesidades educativas especiales, metiendo en el mismo saco al niño hiperactivo y a aquel que no lo es.

La pastillita ‘mágica’

En esta situación, a muchas familias se les abre la esperanza a través de una pócima maravillosa que lo cura todo. Es la famosa pastillita que, dada a un determinado número de niños y en situaciones concretas, permiten solucionar la conducta de un niño inquieto.

Es cierto que esta medicación ha ayudado a muchos niños, clínicamente diagnosticados como hiperactivos, a superar las barreras que le separaban de una relación normal con sus padres, con sus compañeros de clase, con su maestros y consigo mismos, teniendo al mismo tiempo una atención personalizada y un seguimiento multiprofesional adecuado.

Pero hay que ir con cuidado. El abuso indiscriminado de esta medicación, sin pruebas clínicas adecuadas (electroencefalograma, mapa de actividad cerebral, cartografía…) junto con un escaso seguimiento individual, familiar y escolar, la han convertido para muchos padres y maestros en una pócima mágica que libera de las tensiones y de la responsabilidad de implicarnos y de buscar otras soluciones que no sean las de dar solo una medicación.

Fuente: sontushijos.org

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