Historia de la celebración
La historia no da con exactitud la fecha del nacimiento de Jesús y según se registra en los libros, este día no se comenzó a celebrar hasta el siglo IV. La primera noticia cierta que se tiene de esta conmemoración es del año 354.
Los historiadores están de acuerdo en que dicha celebración tiene su origen en Roma, en la cristianización de una antigua fiesta pagana dedicada al sol. De hecho, el 25 de diciembre es el día que empieza a notarse que el sol vuelve a ganar terreno por la noche. Y por esto, en esta fiesta del solsticio de invierno los romanos la llamaban «Natalis Solis Invicti» (Nacimiento del sol invencible). Con la cristianización de la sociedad romana, el primer día de la semana dedicado al sol se fue dedicando al Señor (Dies dominica), la fiesta del «Natalis solis invicti» pasó a ser la del «Natalis Domini Nostri Jesucristi» o nacimiento (Navidad) de Nuestro Señor Jesucristo.
En inglés, «Christmas» quiere decir «misa de Cristo»; en alemán, «Weihnachten» se traduce como «noches sagradas»; mientras que la «Navidad» española o el «Natale» italiano hacen referencia directa al nacimiento del hijo de Dios.
El triunfo de la luz
Antes del natalicio de Cristo, los pueblos pre romanos honraban en estas fechas el solsticio de invierno, el retorno del sol y las fuerzas de la naturaleza, representados en distintas divinidades. Una festividad que estaba directamente relacionada con el clima.
Como producto de las bajas temperaturas, las actividades humanas bajaban su ritmo; la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas cesaban.
Por eso, el último mes del año era el momento propicio para congregar a la familia. No es fortuito entonces, que a comienzos del siglo IV Roma fijase el 25 de diciembre como el día para el nacimiento del Dios cristiano, que supone también el triunfo de la luz sobre las tinieblas.
Sin embargo, en la Edad Media la Navidad tuvo una fuerte dimensión carnavalesca, rememorando los banquetes romanos de antaño. Borracheras, comilonas y toda suerte de prácticas sexuales eran hábitos en esos tiempos.
Pero es recién en el siglo XIX cuando aparece la fiesta familiar propiamente tal y Papá Noel repartiendo regalos durante la Nochebuena.
San Nicolás de Bari: el verdadero Santa Claus
Desafortunadamente son muy pocos los que conocen la verdadera historia y origen cristiano del hoy conocido Santa Claus. Es hora de que les enseñemos a los hijos de dónde sale este personaje de barba blanca que aparece en Navidad.
Recuperemos el verdadero sentido de la Navidad
Hay pocas fiestas que hayan calado tan hondamente en nuestra cultura como la Navidad. Creyentes y no creyentes la celebran como una fiesta imprescindible al final del año. Pero en eso mismo está su debilidad. Porque cada uno la celebra a su manera y los mil agentes comerciales que operan en nuestra sociedad, se ingenian para convertirla en una ocasión de consumo.
Hay muchas maneras posibles de celebrar la Navidad, pero para vivirla de verdad hay que comenzar por acercarse espiritualmente al Portal de Belén, y allí arrodillarnos junto a la Cuna del Niño, adorarle, darle gracias, recibirlo en nuestros brazos y en nuestro corazón con la misma reverencia y la misma ternura de la Virgen María.
Por supuesto, la Navidad es también una fiesta familiar, fiesta de solidaridad y hasta de fraternidad universal. Pero originalmente, en su verdad original, la Navidad es el asombro, la gratitud y la alegría desbordada por el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en las entrañas de María Santísima. No se puede ser cristiano, ni casi persona responsable, sin sentirse conmovido por este hecho inaudito.
No dejar que la corriente nos arrastre
Si nos dejamos llevar de la corriente, podemos perder en pocos años el verdadero sentido de la Navidad. Algunos se preguntan ¿cómo es posible vivir de verdad la Navidad en este mundo en el que parece que todo se reduce a comprar y a divertirse? Nos invade la propaganda, nos meten las cosas por los ojos, se nos anima a comprar o a divertirnos en celebraciones ajenas a la religión.
Comprendo la perplejidad de muchos padres cristianos que no saben cómo presentar a sus hijos de manera atractiva y convincente la forma de celebrar la Navidad verdaderamente cristiana, que sea alegre y entretenida, pero sin perder su sentido religioso. Lo primero es enterarse y pensar en la Navidad hasta que brote en nuestro interior la emoción del asombro y de la gratitud. Así se llega de verdad a la alegría.
Y, en segundo lugar, traten de tomar, ustedes los padres, la iniciativa. No esperen a que les digan los demás cómo vivir la Navidad. Dediquen un rato a deliberar juntos en casa y a programar la celebración familiar de la Navidad según sus gustos, convicciones y tradiciones de siempre. “Armaremos el pesebre aquí, cantaremos esto o aquello, invitaremos a éste o aquél, iremos a la Misa del Gallo o haremos lo que nos parezca mejor”.
Una navidad cristiana
En esta programación de la Navidad, que tiene que ser alegre y realista, hay dos cosas que no pueden faltar: en primer lugar, los actos religiosos, dónde ir a Misa, a qué hora, con quiénes. Sin eso no hay Navidad cristiana. Y luego, alguna buena obra de caridad. La alegría de la Navidad se expresa compartiéndola con familiares y amigos, pero hay que preocuparse también de ofrecerla a los enfermos, a los que no tienen familia, o padecen cualquier otra situación dolorosa.
Este tiempo es muy adecuado para pasar un rato con algunos amigos o parientes con los que no podemos vernos durante el año. Con un poco de interés es fácil encontrar un rato para visitar enfermos en el Hospital, o hacer algo semejante. En estos días hay también muchas actividades, exposiciones, concursos que hacen referencia a la Navidad y que resultan educativos y divertidos. Se puede pasar muy bien sin gastar mucho dinero y sin alejarse del ambiente religioso de la Navidad.
Piensa que el nacimiento de Jesús en Belén cambió radicalmente la condición de nuestra humanidad. Desde entonces, por obra de Jesús, todos somos familia de Dios, e invitados a vivir en este mundo como hermanos, sin conflictos ni rivalidades, con esperanza y fortaleza. Jesús es el mejor tesoro y la mejor esperanza de nuestro mundo, el origen siempre vivo de un mundo diferente.
Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo de PamplonaCostumbres navideñas
La Navidad es una fiesta llena de símbolos y costumbres que enriquecen esta celebración, como son el pesebre, la corona de adviento, el árbol, la misa de gallo, entre otros, pero ¿conoce sus orígenes, significados e historias?
Árbol de navidad
También se trata de una costumbre de los cristianos del norte de Europa, que tiene su origen en una leyenda que se basa en el hecho de que el abeto es de los pocos árboles que en invierno no pierde las hojas. Adornado con luces y regalos, este árbol ha simbolizado la Navidad en todos los hogares de Europa del norte, y de ahí pasó al resto del mundo cristiano. El árbol vestido de luz es símbolo de Cristo, Luz del Mundo, que viene a nosotros en la Navidad para «iluminar a los que yacen en las tinieblas».
El Pesebre
¿Desde cuándo se representa el Pesebre? Según los textos bíblicos, Jesús nació en un establo de Belén, ya que no había sitio para su padres en el hostal. A partir del siglo IV, en Belén se construye la basílica de la Natividad en el lugar donde sucedió este hecho. En Roma, en el siglo V el Papa Sixto III, al reconstruir la basílica de Santa María la Mayor, construye una capilla que es una réplica del pesebre de Belén. Más tarde, fue San Francisco de Asís (s.XIII) quien en Greggio representó el nacimiento con figuras. Y es así que se considera a este santo como el iniciador de esta bella tradición.
Tipos de pesebre
La virgen María, San José, El Niño Dios, los tres reyes magos, los pastores, la mula y el buey son los personajes centrales de todo pesebre. Sin embargo hay quienes de acuerdo a sus costumbres culturales o familiares agregan otras figuras o tipo de decoración. Los tipos de pesebres más conocidos son los siguientes:
- Pesebre Bíblico: En este tipo de pesebre se reproducen todos los elementos propios de la época en que nació Cristo en Belén, como casas, animales y gente. En él se destacan los colores tierra en alusión al desierto y generalmente se decora con plantas naturales. Para no dañar la naturaleza, el musgo se puede reemplazar por papel verde o sintético.
- Pesebre típico: Es una adaptación del pesebre a la cultura de cada región.
- Pesebre Ornamental: Es un pesebre artístico, en el que la imaginación y la creatividad juegan un papel importante. Por ello, vemos pesebres hechos en plastilina, cuero, madera, vidrio, barro, pintura, tela, metal y porcelana.
Haga el pesebre reunido en familia, ya que es una magnífica oportunidad para compartir con sus seres queridos en estas fiestas navideñas.
Misa de Gallo
Esta es una costumbre muy antigua. Una vez establecida la fiesta de la Navidad en Roma, comenzó a celebrarse la Misa del Día, la más solemne, en la basílica de San Pedro en el Vaticano. Copiando una antigua costumbre de la iglesia de Jerusalén que celebraba la Vigilia en Belén, la iglesia romana inicia las vigilias (vísperas) de la fiesta de Navidad con una Misa por la noche cerca del altar del pesebre para velar la noche del nacimiento. La Misa de la noche empieza en la hora de «ad galli cantu» (que canta el gallo), por eso se le denomina la Misa del Gallo. Sin embargo el misal no dice que tenga que ser a medianoche, sino por la noche.
Corona de adviento
El objetivo de la corona de adviento es tener las velas encendidas en un sitio del hogar que sea familiar, durante la época previa a la Navidad.
El círculo (la corona) simboliza que Dios es eterno, sin principio ni fin. El color verde simboliza que Dios está con nosotros y que nunca cambia. La luz de las velas nos recuerda que Jesús es la luz del mundo y que pronto nosotros celebraremos el día de su nacimiento.
Villancicos
Los villancicos existen desde el siglo XIII cuando eran cantos de los pueblos que servían para registrar la vida cotidiana de la villa. Más adelante fueron danzas de coros medievales para diversas celebraciones y poco a poco comenzaron a asociarse específicamente con la Navidad.
Hoy en día los villancicos se refieren a la canción popular que festeja la Navidad y está muy consolidado como género en todas las comunidades. Su temática hace referencia a la fiesta de Navidad y a los personajes principales de la celebración: el Niño Jesús, la Virgen María y San José, los Reyes Magos y los pastores entre otros.
Adviento: tiempo de espera y preparación
Adviento es el tiempo de cuatro semanas que antecede a la Navidad. Tiempo en el que nos preparamos espiritualmente para rememorar y celebrar la llegada del niño Jesús, la llegada de Dios niño, de Dios humilde, de Dios humano. Es el tiempo reservado en nuestra vida para parar, reflexionar y meditar, vivir y recordar la historia del nacimiento de Jesús.
Es un tiempo especial para pensar sobre el sentido de nuestra vida, de nuestra fe, de nuestra esperanza. En este tiempo esperamos renovación en nuestra vida personal, familiar, social, económica… porque creemos en el poder de la promesa de Dios cuando envió su hijo al mundo.
Dios se humanizó, se transformó en un niño pequeño, humilde, para acercarse de manera más sublime a sus criaturas; para encontrar acogida en medio de su pueblo.
Adviento es un tiempo en que muchas luces son prendidas en las casas, en las calles, en las ciudades, revelando el gran deseo humano de luz sobre la vida, y encendiendo la sensibilidad humana y el deseo de que esta luz se transforme en vida abundante, concretándose en la vida cotidiana.
Es un tiempo en que las personas se sensibilizan, se alegran, se abren a la comunicación, al perdón y al amor. Es también un tiempo en que algunas personas se entristecen, pensando en sus sueños, en su realidad, en su vida, en su falta de esperanza, olvidándose del verdadero sentido de La Navidad…
Es, también, tiempo de ofrecer hospitalidad. Hospitalidad para recibir otras personas en nuestra comunidad, en nuestra casa; y hospitalidad para recibir en nuestra vida nuevos valores, nuevos pensamientos; nuevos proyectos.
Que el tiempo de adviento sea en nuestra vida un tiempo de preparación para volcarnos a lo que es más pleno y puro, en la vida deseada por Dios.
Más de este tema:
La Corona de Adviento
Cómo hacer una Corona de Adviento en casa
En Navidad: recogimiento en familia
Llega diciembre y es ahora cuando comienzan los afanes por terminar lo emprendido durante el año, la hazaña de cumplir con los compromisos, las fiestas de la novena, las ansias por decorar el hogar con motivos navideños, las carreras para comprar los regalos. ¿Pero se saca tiempo para lo verdaderamente importante que es prepararnos espiritualmente para esta gran celebración?
En la Navidad se contempla el nacimiento del Niño y la creación de la Sagrada Familia, aprovechemos esta ocasión para reflexionar sobre cómo es nuestra vida en familia y qué podemos hacer para imitar ese modelo de amor que nos muestran Jesús, María y José.
Especial atención al pesebre
Hay muchas formas de vivir la Navidad con un espíritu Cristiano y ante todo en familia. Para estimular el interés de los más chicos y para que éstos no crezcan pensando que la navidad es solo fiesta y diversión, nos podemos concentrar este año en el pesebre.
También conocido como natividad o “Belén’’, es la ilustración de cómo nuestro Señor Jesucristo nace pobre en un humilde pesebre acompañado de sus padres la Santísima Virgen y San José y junto a ellos, los pastores y animales que les brindaron compañía y calor.
Aprovechemos el pesebre para que desde el momento en que se arma, contemos a los niños lo que pasará en la Navidad. Ya que cada figura tiene un significado especial, podemos hablar de cada personaje al ocupar su puesto en el pesebre.
Una vez comience la novena el 16 de diciembre, lo ideal es reunir el grupo familiar y sus más allegados para rezarla. Con el fin de que los niños comprendan lo que se va a leer, conviene hacerles previamente un resumen contado con palabras e ideas simples sobre el tema de cada día. Al final de cada novena, se puede aprovechar la ocasión para cantar villancicos.
Tiempo de gracias y buenos propósitos
El adviento, o tiempo de preparación para la celebración de la navidad, es un buen momento para dar gracias a Dios por todo lo recibido durante el año y pensar en los buenos propósitos para el siguiente. Es también época para pedir perdón y acercarse a las personas de las que estuvimos alejados; y ante todo, es el momento de pensar en cómo llevar alegría a las personas más desfavorecidas.
Enseñemos a los niños a amar la Navidad como un momento de entrega y alabanza a Dios, no solo de diversión. Algunas ideas para contagiarles el espíritu navideño son:
- Cada familia puede preparar con ingenio y creatividad los símbolos que representan la navidad. El pesebre, la corona de adviento, el árbol, la imagen de la Virgen, los villancicos, las tarjetas con motivos cristianos, los regalos, la estrella, la novena del Niño, etc. Todo esto nos ayuda a que la familia se una en torno a esta época tan especial.
- En familia piensen qué persona pobre o necesitada requiere un detalle de cariño y visítenla en esta época.
- Incluya en su lista de regalos a las personas que le han servido durante el año como una expresión de agradecimiento: el portero, la empleada doméstica, el conductor, etc.
- Invite a cada miembro de la familia a que reflexione si hay en sus corazones alguna espina contra alguien que los hirió o ignoró. Es la ocasión para recomenzar y para hablarle a los hijos pequeños de lo que es el perdón.
- Invite a los amigos solos y sin familia a que se unan a su familia para celebrar la Navidad.
- Hornee galletas de navidad para los vecinos, llévelas junto a sus hijos.
- Procure en estos días enfocar más su atención al regalo de la paz que a los regalos materiales.
- Tómese un tiempo para apreciar más a su familia y evoquen momentos felices.
- Lea a los niños historias navideñas. Recuerde el pasaje del nacimiento de Jesús que aparece en el Evangelio de San Lucas.
- Si alguien de su familia no vive su fe como debiera, no lo obligue ni se enoje. La mejor forma de hacer apostolado es con su comportamiento y ejemplo.
Cuentos de Navidad
La Navidad representa una oportunidad genial para relatar cuentos infantiles a los hijos. Además, los cuentos navideños son parte de la transmisión de la cultura y de valores educativos tan representativos en esta época.
El Pino
Allá lejos en el bosque había un pino: ¡qué pequeño y qué bonito era! Tenía un buen sitio donde crecer y todo el aire y la luz que quería, y estaba además acompañado por otros camaradas mayores que él, tantos pinos como abetos. ¡Pero se empeñaba en crecer con tan apasionada prisa!
No prestaba la menor atención al sol ni a la dulzura del aire, ni ponía interés en los niños campesinos que pasaban charlando por el sendero cuando salían a recoger frutillas.
A veces llegaban con una canasta llena, o con unas cuantas ensartadas en una caña, y se sentaban a su lado.
—¡Mira qué arbolito tan lindo! —decían—. Pero al arbolito no le gustaba nada oírles hablar así.
Al año siguiente se alargó hasta echar un nuevo nudo, y un año después, otro más alto aún. Ya se sabe que, tratándose de pinos, siempre es posible conocer su edad por el número de nudos que tienen.
—¡Oh, si pudiera ser tan alto como los demás árboles! —suspiraba—. Entonces podría extender mis ramas todo alrededor y miraría el vasto mundo desde mi copa. Los pájaros vendrían a hacer sus nidos en mis ramas y, siempre que soplase el viento, podría cabecear tan majestuosamente como los otros.
No lo contentaban los pájaros ni el sol, ni las rosadas nubes que, mañana y tarde, cruzaban navegando allá en lo alto.
Cuando venía el invierno y la resplandeciente blancura de la nieve se esparcía por todas partes, era frecuente que algún conejo se acercase dando rápidos brincos y saltase justamente por encima del pinito. ¡Oh, qué humillante era aquello!… Pero pasaron dos inviernos, y al tercero había crecido tanto, que los conejos viéronse forzados a rodearlo. «Sí, crecer, crecer, hacerse alto y mayor; esto es lo importante», —pensaba.
En el otoño siempre venían los leñadores a cortar algunos de los árboles más altos. Todos los años pasaba lo mismo, y el joven pino, que ya tenía una buena altura, temblaba sólo de verlos, pues los árboles más grandes y espléndidos crujían y acababan desplomándose en tierra. Entonces les cortaban todas las ramas, y quedaban tan despojados y flacos que era imposible reconocerlos; luego los cargaban en carretas y los caballos los arrastraban fuera del bosque.
¿Adónde se los llevaban? ¿Cuál sería su suerte?
En la primavera, tan pronto llegaban la golondrina y la cigüeña, el árbol les preguntaba:
—¿Saben ustedes adónde han ido los otros árboles, adónde se los han llevado? ¿Los han visto acaso?
Las golondrinas nada sabían, pero la cigüeña se quedó pensativa y respondió, moviendo la cabeza:
—Sí, creo saberlo. A mi regreso de Egipto encontré un buen número de nuevos veleros; tenían unos mástiles espléndidos, y en cuanto sentí el aroma de los pinos comprendí que eran ellos. ¡Oh, y qué derechos iban!
—¡Cómo me gustaría ser lo bastante grande para volar atravesando el mar! Y dicho sea de paso, ¿cómo es el mar? ¿A qué se parece?
—Sería demasiado largo explicártelo —respondió la cigüeña, y prosiguió su camino.
—Alégrate de tu juventud —dijeron los rayos del sol—; alégrate de tu vigoroso crecimiento y de la nueva vida que hay en ti.
Y el viento besó al árbol, y el rocío lo regó con sus lágrimas. Pero él era aún muy tierno y no comprendía las cosas.
Al acercarse la Navidad los leñadores cortaron algunos pinos muy jóvenes, que ni en edad ni en tamaño podían medirse con el nuestro, siempre inquieto y siempre anhelando marcharse. A estos jóvenes pinos, que eran justamente los más hermosos, les dejaron todas sus ramas. Así los depositaron en las carretas y así se los llevaron los caballos fuera del bosque.
—¿Adónde pueden ir? —se preguntaba el pino—. No son mayores que yo; hasta había uno que era mucho más pequeño. ¿Por qué les dejaron todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?
—¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! —piaron los gorriones—. Hemos atisbado por las ventanas, allá en la ciudad; nosotros sabemos adónde han ido. Allí les esperan toda la gloria y todo el esplendor que puedas imaginarte. Nosotros hemos mirado por los cristales de las ventanas y vimos cómo los plantaban en el centro de una cálida habitación, y cómo los adornaban con las cosas más bellas del mundo: manzanas doradas, pasteles de miel, juguetes y cientos de velas.
—¿Y luego? —preguntó el pino, estremeciéndose en todas sus ramas—. ¿Y luego? ¿Qué pasa luego?
—Bueno, no vimos más —respondieron los gorriones—. Pero lo que vimos era magnífico.
—¡Si tendré yo la suerte de ir alguna vez por tan deslumbrante sendero! —exclamó el árbol con deleite—. Es aun mejor que cruzar el océano. ¡Qué ganas tengo de que llegue la Navidad! Ahora soy tan alto y frondoso como los que se llevaron el año pasado. ¡Oh, si estuviese ya en la carreta, si estuviese ya en esa cálida habitación en medio de ese brillo resplandeciente! ¿Y luego? Sí, luego tiene que haber algo mejor, algo aún más bello esperándome, porque si no, ¿para qué iban a adornarme de tal modo?, algo mucho más grandioso y espléndido. Pero ¿qué podrá ser? ¡Oh, qué dolorosa es la espera! Yo mismo no sé lo que me pasa.
—Alégrate con nosotros —dijeron el viento y la luz del sol— alégrate de tu vigorosa juventud al aire libre.
Pero el pino no tenía la menor intención de seguir su consejo. Continuó creciendo y creciendo; allí se estaba en invierno lo mismo que en verano, siempre verde, de un verde bien oscuro. La gente decía al verlo:
—¡Ése sí que es un hermoso árbol!
Y al llegar la Navidad fue el primero que derribaron. El hacha cortó muy hondo a través de la corteza, hasta la médula, y el pino cayó a tierra con un suspiro, desfallecido por el dolor, sin acordarse para nada de sus esperanzas de felicidad. Lo entristecía saber que se alejaba de su hogar, del sitio donde había crecido; nunca más vería a sus viejos amigos, los pequeños arbustos y las flores que vivían a su alrededor, y quizás ni siquiera a los pájaros. No era nada agradable aquella despedida.
No volvió en sí hasta que lo descargaron en el patio con los otros árboles y oyó a un hombre que decía:
—Éste es el más bello, voy a llevármelo.
Vinieron, pues, dos sirvientes de elegante uniforme y lo trasladaron a una habitación espléndida. Había retratos alrededor, colgados de todas las paredes, y dos gigantescos jarrones chinos, con leones en las tapas, junto a la enorme chimenea de azulejos. Había sillones, sofás con cubiertas de seda, grandes mesas atestadas de libros de estampas y juguetes que valían cientos de pesos, o al menos así lo creían los niños. Y el árbol fue colocado en un gran barril de arena, que nadie habría reconocido porque estaba envuelto en una tela verde, y puesto sobre una alfombra de colores brillantes. ¡Cómo temblaba el pino! ¿Qué pasaría luego? Tanto los sirvientes como las muchachas se afanaron muy pronto en adornarlo. De sus ramas colgaron bolsitas hechas con papeles de colores, cada una de las cuales estaba llena de dulces. Las manzanas doradas y las nueces pendían en manojos como si hubiesen crecido allí mismo, y cerca de cien velas, rojas, azules y blancas quedaron sujetas a las ramas. Unas muñecas que en nada se distinguían de las personas —muñecas como no las había visto antes el pino— tambaleándose entre el verdor, y en lo más alto de todo habían colocado una estrella de hojalata dorada. Era magnífico; jamás se había visto nada semejante.
—Esta noche —decían todos—, esta noche sí que va a centellear. ¡Ya verás!
«¡Oh, si ya fuese de noche!”, pensó el pino. ¡Si ya las velas estuviesen encendidas! ¿Qué pasará entonces?, me pregunto. ¿Vendrán a contemplarme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones hasta los cristales de la ventana? ¿Echaré aquí raíces y conservaré mis adornos en invierno y en verano?”
Esto era todo lo que el pino sabía. De tanta impaciencia, comenzó a dolerle la corteza, lo que es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.
Por fin se encendieron las velas y ¡qué deslumbrante fiesta de luces! El pino se echó a temblar con todas sus ramas, hasta que una de las velas prendió fuego a las hojas. ¡Huy, cómo le dolió aquello!
—¡Oh, qué lástima! —exclamaron las muchachas, y apagaron rápidamente el fuego. El árbol no se atrevía a mover una rama; tenía terror de perder alguno de sus adornos y se sentía deslumbrado por todos aquellos esplendores… De pronto se abrieron de golpe las dos puertas corredizas y entró en tropel una bandada de niños que se abalanzaron sobre el pino como si fuesen a derribarlo, mientras las personas mayores los seguían muy pausadamente. Por un momento los pequeñuelos se estuvieron mudos de asombro, pero sólo por un momento. Enseguida sus gritos de alegría llenaron la habitación. Se pusieron a bailar alrededor del pino, y luego le fueron arrancando los regalos uno a uno.
«Pero, ¿qué están haciendo?”, pensó el pino. ¿Qué va a pasar ahora?»
Las velas fueron consumiéndose hasta las mismas ramas, y en cuanto se apagó la última, dieron permiso a los niños para que desvalijasen al árbol.
Precipitáronse todos a una sobre él, haciéndolo crujir en todas y cada una de sus ramas, y si no hubiese estado sujeto del techo por la estrella dorada de la cima se habría venido al suelo sin remedio.
Los niños danzaron a su alrededor con los espléndidos juguetes, y nadie reparó ya en el árbol, a no ser una vieja nodriza que iba escudriñando entre las hojas, aunque sólo para ver si por casualidad quedaban unos higos o alguna manzana rezagada.
—¡Un cuento, cuéntanos un cuento! —exclamaron los niños, arrastrando con ellos a un hombrecito gordo que fue a sentarse precisamente debajo del pino.
—Aquí será como si estuviésemos en el bosque —les dijo—, y al árbol le hará mucho bien escuchar el cuento. Pero sólo les contaré una historia. ¿Les gustaría el cuento de Ivede-Avede, o el de Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa?
—¡Klumpe-Dumpe! —gritaron algunos, y otros reclamaron a Ivede-Avede. El griterío y el ruido eran tremendos; sólo el pino callaba, pensando:
«¿Me dejarán a mí fuera de todo esto? ¿Qué papel me tocará representar?»
Pero, claro, ya había desempeñado su papel, ya había hecho justamente lo que tenía que hacer.
El hombrecito gordo les contó la historia de Klumpe-Dumpe, que aun cayéndose de la escalera subió al trono y se casó con la princesa. Y los niños aplaudieron y exclamaron:
—¡Cuéntanos otros! ¡Uno más!
Querían también el cuento de Ivede-Avede, pero tuvieron que contentarse con el de Klumpe-Dumpe. El pino permaneció silencioso en su sitio, pensando que jamás los pájaros del bosque habían contado una historia semejante.
«De modo que Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, a pesar de todo, se casó con la princesa. ¡Vaya, vaya; así es como se progresa en el gran mundo!»., pensaba. “Seguro que tenía que ser cierto si aquel hombrecito tan agradable lo contaba.
Bien, ¿quién sabe? Quizás me caiga yo también de una escalera y termine casándome con una princesa.»
Y se puso a pensar en cómo lo adornarían al día siguiente, con velas y juguetes, con oropeles y frutas.
—Mañana sí que no temblaré —se decía—. Me propongo disfrutar de mi esplendor todo lo que pueda. Mañana escucharé de nuevo la historia de Klumpe-Dumpe, y quizás también la de Ivede-Avede.
Y toda la noche se la pasó pensando en silencio.
A la mañana siguiente entraron el criado y la sirvienta.
«Ahora las cosas volverán a ser como deben», pensó el pino.
Mas, lejos de ello, lo sacaron de la estancia y, escaleras arriba, lo condujeron al desván, donde quedó tirado en un rincón oscuro, muy lejos de la luz del día.
«¿Qué significa esto? —se maravillaba el pino—. ¿Qué voy a hacer aquí arriba? ¿Qué cuentos puedo escuchar así?»
Y se arrimó a la pared, y allí se estuvo pensando y pensando… Tiempo para ello tenía de sobra, mientras pasaban los días y las noches. Nadie subía nunca, y cuando por fin llegó alguien fue sólo para amontonar unas cajas en el rincón. Parecía que lo habían olvidado totalmente.
«Ahora es el invierno afuera”, pensaba el pino. “La tierra estará dura y cubierta de nieve, de modo que sería imposible que me plantasen; tendré que permanecer en este refugio hasta la primavera. ¡Qué considerados son! ¡Qué buena es la gente!… Si este sitio no fuese tan oscuro y tan terriblemente solitario!… Si hubiese siquiera algún conejito… ¡Qué alegre era estar allá en el bosque, cuando la nieve lo cubría todo y llegaba el conejo dando saltos! Sí, ¡aun cuando saltara justamente por encima de mí, y a pesar de que esto no me hacía ninguna gracia! Aquí está uno terriblemente solo.»
—¡Cuic! —chilló un ratoncito en ese mismo momento, colándose por una grieta del piso; y pronto lo siguió otro. Ambos comenzaron a husmear por el pino y a deslizarse entre sus ramas.
—Hace un frío terrible —dijeron los ratoncitos—, aunque éste es un espléndido sitio para estar. ¿No te parece, viejo pino?
—Yo no soy viejo —respondió el pino—. Hay muchos árboles más viejos que yo.
—¿De dónde has venido? —preguntaron los ratones, pues eran terriblemente curiosos—, ¿qué puedes contarnos? Háblanos del más hermoso lugar de la tierra. ¿Has estado en él alguna vez? ¿Has estado en la despensa donde los quesos llenan los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se puede bailar sobre velas de sebo y el que entra flaco sale gordo?
—No —respondió el pino—, no conozco esa despensa, pero en cambio conozco el bosque donde brilla el sol y cantan los pájaros.
Y les habló entonces de los días en que era joven. Los ratoncitos no habían escuchado nunca nada semejante, y no perdieron palabra.
—¡Hombre, mira que has visto cosas! —dijeron—. ¡Qué feliz habrás sido!
—¿Yo? —preguntó el pino, y se puso a considerar lo que acababa de decir—. Sí, es cierto; eran realmente tiempos muy agradables.
Y pasó a contarles lo ocurrido en Nochebuena, y cómo lo habían adornado con pasteles y velas.
—¡Oooh! —dijeron los ratoncitos—. ¡Sí que has sido feliz, viejo pino!
—Yo no tengo nada de viejo —repitió el pino—. Fue este mismo invierno cuando salí del bosque. Estoy en plena juventud: lo único que pasa es que, por el momento, he dejado de crecer.
—¡Qué lindas historias cuentas! —dijeron los ratoncitos. Y a la noche siguiente regresaron con otros cuatro que querían escuchar también los relatos del pino. Mientras más cosas contaba, mejor lo iba recordando todo, y se decía:
—Aquellos tiempos sí que eran realmente buenos; pero puede que vuelvan otra vez, puede que vuelvan… Klumpe-Dumpe se cayó de la escalera y, aun así, se casó con la princesa; quizás a mí me pase lo mismo.
Y justamente entonces el pino recordó a una tierna y pequeña planta de la familia de los abedules que crecía allá en el bosque, y que bien podría ser, para un pino, una bellísima princesa.
—¿Quién es Klumpe-Dumpe? —preguntaron los ratoncitos. Y el pino les contó toda la historia, pues podía recordar cada una de sus palabras; y los ratoncitos se divirtieron tanto que querían saltar hasta la punta del pino de contentos que estaban. A la noche siguiente acudieron otros muchos ratones, y, el domingo, hasta se presentaron dos ratas. Pero éstas declararon que el cuento no era nada entretenido, y esto desilusionó tanto a los ratoncitos, que también a ellos empezó a parecerles poco interesante.
—¿Es ése el único cuento que sabes? —preguntaron las ratas.
—Sí, el único —respondió el pino—. Lo oí la tarde más feliz de mi vida, aunque entonces no me daba cuenta de lo feliz que era.
—Es una historia terriblemente aburrida. ¿No sabes ninguna sobre jamones y velas de sebo? ¿O alguna sobre la despensa?
—No —dijo el pino.
—Bueno, entonces, muchas gracias —dijeron las ratas, y se volvieron a casa.
Al cabo también los ratoncitos dejaron de venir, y el árbol dijo suspirando.
—Era realmente agradable tener a todos esos simpáticos y ansiosos ratoncitos sentados a mi alrededor, escuchando cuanto se me ocurría contarles. Ahora esto se acabó también… aunque lo recordaré con gusto cuando me saquen otra vez afuera.
Pero, ¿cuándo sería esto? Ocurrió una mañana en que subieron la gente de la casa a curiosear en el desván. Movieron de sitio las cajas y el árbol fue sacado de su escondrijo. Por cierto que lo tiraron al suelo con bastante violencia, y, enseguida, uno de los hombres lo arrastró hasta la escalera, donde brillaba la luz del día.
«¡La vida comienza de nuevo para mí!», pensó el árbol. Sintió el aire fresco, los primeros rayos del sol… y ya estaba afuera, en el patio. Todo sucedió tan rápidamente, que el árbol se olvidó fijarse en sí mismo. ¡Había tantas cosas que ver en torno suyo! El patio se abría a un jardín donde todo estaba en flor.
Fresco y dulce era el aroma de las rosas que colgaban de los pequeños enrejados; los tilos habían florecido y las golondrinas volaban de una parte a otra cantando:
—¡Quirre-virre-vit, mi esposo ha llegado ya! —pero, es claro, no era en el pino en quien pensaban.
—¡Esta sí que es vida para mí! —gritó alegremente, extendiendo sus ramas cuanto pudo. Pero, ¡ay!, estaban amarillas y secas y se vio tirado en un rincón, entre ortigas y hierbas malas. La estrella de papel dorado aún ocupaba su sitio en la cima y resplandecía a la viva luz del sol.
En el patio jugaban algunos de los traviesos niños que por Nochebuena habían bailado alrededor del árbol, y a quienes tanto les había gustado. Uno de los más pequeños se le acercó corriendo y le arrancó la reluciente estrella dorada.
—¡Mira lo que aún quedaba en ese feo árbol de Navidad! —exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos.
Y el árbol miró la fresca belleza de las flores en el jardín, y luego se miró a sí mismo, y deseó no haber salido jamás de aquel oscuro rincón del desván.
Recordó la frescura de los días que en su juventud pasó en el bosque, y la alegre víspera de Navidad, y los ratoncitos que con tanto gusto habían escuchado la historia de Klumpe-Dumpe.
—¡Todo ha terminado! —se dijo—. ¡Lástima que no haya sabido gozar de mis días felices! ¡Ahora, ya se fueron para siempre!
Y vino un sirviente que cortó el árbol en pequeños pedazos, hasta que hubo un buen montón que ardió en una espléndida llamarada bajo la enorme cazuela de cobre. Y el árbol gimió tan alto que cada uno de sus quejidos fue como un pequeño disparo. Al oírlo, los niños que jugaban acudieron corriendo y se sentaron junto al fuego; y mientras miraban las llamas, gritaban: «¡pif!, ¡paf!», a coro. Pero a cada explosión, que era un hondo gemido, el árbol recordaba un día de verano en el bosque, o una noche de invierno allá afuera, cuando resplandecían las estrellas. Y pensó luego en la Nochebuena y en Klumpe-Dumpe, el único cuento de hadas que había escuchado en su vida y el único que podía contar… Y cuando llegó a este punto, ya se había consumido enteramente.
Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al pino la noche más feliz de su vida. Pero aquello se había acabado ya, igual que se había acabado el árbol, y como se acaba también este cuento. ¡Sí, todo se acaba, como les pasa al fin a todos los cuentos!
***
Regalo de Navidad
Esa mañana caminaba por la casa investigándolo todo, con su larga cola peluda y sus ojos almendrados, Faraón un gato persa café, se disponía a aprovechar la ausencia de sus amos para robarse un adorno del árbol de pascua con el que jugar esa tarde, le encantaban las cosas brillantes.
Ese día de navidad en esa acomodada casa, el árbol estaba lleno de paquetes de regalos y guirnaldas de colores que llamaron la atención de faraón, quien empezó a jugar entre los paquetes. Una cajita llamó la atención del gato, por sus colores brillantes, y empezó a despedazar el papel con sus garras y dientes, para ver qué había adentro. Después de largo rato dio con el interior, encontrando un hermoso anillo de diamantes. Muy feliz lo tomó con sus dientes y salió a jugar con él a la calle, encaramándose en el techo, y corriendo por largo rato con el anillo en sus dientes, se alejó muchas cuadras por los tejados, y siguió jugando, hasta que el anillo se le escapó rodando por las tejas y cayendo justo frente de una mujer que pasó por la calle caminando muy triste y con la mirada pegada en el suelo.
La mujer tomó el anillo y lo encontró muy hermoso, no le dio mucha importancia pensando que era solo una baratija; luego se encaminó hacia su casa, pasando por enfrente de una casa de empeño; preguntó si el anillo tenía algún valor, solo por curiosidad.
-Le podría dar siento cincuenta mil, por el anillo ahora, contestó el viejo que atendía el lugar, después de mirarlo con una lupa y pasarle unos líquidos.
La mujer sin pensarlo mucho aceptó y luego muy contenta entró a un supermercado y compró muchas cosas ricas para comer, las cuales llevaría a su humilde hogar para la noche de navidad. En la casa la esperaban tres niños chicos que veían tele, y se pusieron muy contentos al ver a la madre llegar con tanta cosa, incluso traía un pequeño árbol de plástico y luces y adornos.
La madre miró a sus hijos muy felices, y dio gracias a Dios, ya que esa noche de no haber sido por el anillo, no hubieran tenido que comer.
Arreglaron una gran mesa, e invitaron a otros diez niños de esa vecindad, a pasar la noche con ellos. Comieron una rica cena e incluso cada niño tuvo un gatito chiquito de peluche de regalo, muy barato pero muy interesante para alguien que nunca tiene regalos.
Los niños cantaron rieron y se olvidaron por largo rato de su miseria. Al otro día cuando la gente le dio las gracias, preguntaron a la mujer de dónde había sacadp el dinero para todo esto.
Ella respondió mirando al cielo:
– No fueron los hombres, ni las multitiendas, ni el viejo pascuero sobre renos voladores, fue simplemente el cariño de alguien a quien le merecemos la pascua pero que siempre lo olvidamos… Dios me lo dejó caer.
Fuente: portal.bibliotecasvirtuales.com
Homenaje a la Sagrada Familia
Ya que el primer domingo después de la Navidad se celebra el día de la Sagrada Familia, publicamos apartes del texto ‘La Sagrada familia, modelo de fe y de fidelidad’ (Meditación dominical de S.S. Juan Pablo II, diciembre de 1997).
“Como en el belén, la mirada de fe nos permite abrazar al mismo tiempo al Niño divino y a las personas que están con él: su Madre santísima, y José, su padre putativo. ¡Qué luz irradia este icono de grupo de la santa Navidad!
Luz de misericordia y salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre para la familia humana y para cada familia. ¡Cuán hermoso es para los esposos reflejarse en la Virgen María y en su esposo José! ¡Cómo consuela a los padres especialmente si tienen un hijo pequeño! ¡Cómo ilumina a los novios que piensan en sus proyectos de vida!
El hecho de reunirnos ante la cueva de Belén para contemplar en ella a la Sagrada Familia, nos permite gustar de modo especial el don de la intimidad familiar y nos impulsa a brindar calor humano y solidaridad concreta en las situaciones por desgracia numerosas en las que por varios motivos falta la paz, falta la armonía, en una palabra, falta la «familia».
El mensaje que viene de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe: la casa de Nazareth es una casa en la que Dios ocupa verdaderamente un lugar central. Para María y José esta opción de fe se concreta en el servicio al Hijo de Dios que se le confió, pero se expresa también en su amor recíproco, rico en ternura espiritual y fidelidad.
María y José enseñan con su vida que el matrimonio es una alianza entre el hombre y la mujer, alianza que los compromete a la fidelidad recíproca, y que se apoya en la confianza común en Dios. Se trata de una alianza tan noble, profunda y definitiva, que constituye para los creyentes el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia.
La fidelidad de los cónyuges es, a su vez, como una roca sólida en la que se apoya la confianza de los hijos. Cuando padres e hijos respiran juntos esa atmósfera de fe, tienen una energía que les permite afrontar incluso pruebas difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia.».
Ideas para celebrar la Nochebuena en familia
Aunque algunos países celebran la Noche Buena (la noche del 24 de diciembre) más que el día de la Navidad (25 de diciembre), ambas fechas son válidas para festejar con “bombos y platillos” la llegada de Nuestro Señor a nuestro hogar.
Y para celebrarlo, qué mejor que un gran festejo familiar. La entrega de los aguinaldos alrededor del árbol, el rezo de la novena acompañada de cantos de villancicos en los que niños y grandes alaban la llegada del Niño Jesús y luego… una gran cena navideña.
Haga de la cena una experiencia familiar
La cena de navidad es la reunión familiar más significativa del año. La mesa es un escenario ideal para que la familia fortalezca sus lazos y enriquece la convivencia y las memorias que forman parte de la historia familiar.
Ese día los alimentos adquieren formas divertidas, colores extraños y sabores deliciosos. Si este año desea que los niños participen su elaboración, comiéncelos a motivar desde ya e involúcrelos en la planeación. Algunos acompañamientos y postres pueden ser hechos con anterioridad y esta es una buena manera de reemplazar el televisor por una actividad lúdica como es la cocina.
Así que tenga en cuenta las siguientes ideas para mantener el interés de los chicos en la cena navideña:
- Déle a cada niño una responsabilidad.
- Vaya al mercado con ellos para que todo el proceso sea una experiencia de grupo. Desde las compras, hasta la preparación.
- Comience con los platos que usted sabe que les encanta. ¿Les apasiona la mermelada de mora o las galletas de mantequilla? Pues que sea esta la primera receta en prepararse.
- Ponga toda la ceremonia y el ritual que necesita la cena y hágalos sentir importantes por toda su ayuda.
- No los critique si el plato no sale perfecto. Al contrario, motívelos.
En el arreglo de la mesa de la cena navideña también debe ponerse todo el empeño y los chicos pueden ayudar no solo recolectando materiales naturales para su ensamble (ramas de pino o las típicas piñas del pino) sino armándolos y ubicándolos en la mesa. Una linda idea es elaborar un pequeño arreglo en el puesto de cada comensal.
Ser padre es cosa de hombres
“Madre no hay más que una”, suele decirse, y algunos añaden: “padre es cualquiera”, un signo de menosprecio que estaría en la raíz de la renuncia de muchos hombres a implicarse en la educación de los hijos.