Ser padre es cosa de hombres

Alianza Aceprensa – LaFamilia.info / 09.06.2014

“Madre no hay más que una”, suele decirse, y algunos añaden: “padre es cualquiera”, un signo de menosprecio que estaría en la raíz de la renuncia de muchos hombres a implicarse en la educación de los hijos.

La doctora María Calvo Charro, profesora y escritora, acaba de publicar el libro Padres destronados, en el que estudia a fondo este repliegue de los hombres del plano familiar, donde un feminismo mal entendido se encarga de socavar su imprescindible papel.

En entrevista con Aceprensa, la autora habló sobre la necesidad de revalorizar la figura paterna, a continuación algunos apartes:

Un modelo de masculinidad

—¿Es realmente necesario el modelo paterno? ¿No será mejor a veces la falta de modelo que un mal modelo?

—Un ´no-modelo´, en ningún caso. El niño, sobre todo el varón, necesita un modelo de masculinidad adecuada. Si el padre falta, es muy recomendable que exista un patrón alternativo —un tío, un profesor, un sacerdote— que le dé un modelo de masculinidad equilibrada. Se ha demostrado que cuando este falta, los niños tienden curiosamente a radicalizar los estereotipos machistas, a tener una masculinidad exagerada. No saben comportarse como chicos y entonces, para reafirmarse, tienden a actitudes muy machistas, exacerbadas, radicalizadas, lo cual no es bueno, porque puede dar lugar a esas cifras elevadas de violencia doméstica que tenemos actualmente.

Sí: un padre es necesario porque todas las virtudes de una madre en la educación del hijo pueden convertirse en un defecto si no hay un padre que las equilibre. Ella posee una tendencia natural a darlo todo por el hijo, que es una especie de apéndice suyo, y en ese amor desmesurado que le profesa tiende a evitarle el esfuerzo, el sacrificio, el sufrimiento.

Es una actitud profundamente limitativa para el niño, que no adquiere autonomía. Y muchas veces, cuando llega a la adolescencia, de hecho puede volverse agresivo contra la madre, en busca de su independencia. La madre que lo ha dado todo desmesuradamente, al no contar con los límites de la función paterna, puede encontrar ese desequilibrio en los hijos.

El papel del padre es fundamentalmente el de separación de la madre respecto al hijo. Esa unión, en ausencia del padre, se vuelve insana para ambos. ¿Cuántos niños hay que son el paño de lágrimas de sus madres, sus confidentes, y que crean un universo cerrado que es malo para ambos?

Pues bien: el padre viene a romper ese universo cerrado, a hacer un puente con el mundo exterior. Él le muestra al hijo el mundo de lo público, de lo profesional, el del sufrimiento, la exigencia y la fortaleza. El amor de madre suele ser más físico, más proteccionista, más sustitutivo: si el hijo no sabe o tarda en abrocharse los cordones, la madre lo hace. La actitud del padre es la contraria: le anima a hacerlo él solo, lo cual le genera una mayor autonomía y una personalidad más fuerte.

Nosotras tendemos a meter a nuestros hijos en una especie de útero virtual, donde no hay sufrimiento, no hay problemas, y luego, cuando llegan a la realidad de la vida, pueden sentir mucha frustración si no ha habido un padre que les enfrente con ella, lo que, por supuesto, ha de hacerse con mucha afectividad.

Dejar ejercer al padre

—En su libro, usted habla de una retirada del padre, arrinconado por la ideología de género imperante. ¿Le parece que el hombre está en una franca huida pese a su deseo, o que le es una retirada “grata”?

—No, grata en ningún caso. Actualmente, por suerte, cada vez hay más padres que quieren implicarse. Sorprende la asistencia paterna a las reuniones en los colegios, y que cada vez más hombres piden permiso de paternidad, o jornadas partidas para poder disfrutar de sus hijos. Pero sí es verdad que hay una actitud femenina que los lleva a la frustración y a acabar huyendo. Han sido muchos siglos de dominación femenina del hogar, y queremos seguir mandando en él, ¡a pesar de que trabajamos fuera!

Muchas veces las mujeres nos quejamos de que el hombre no ayuda en casa, en la crianza de los hijos, y sin embargo, no le dejamos entrar en el hogar porque ponemos nuestras pautas como si fueran las únicas válidas. Queremos que actúe a nuestra manera femenina, maternal, por lo que es imposible que él se adapte. Lo único que conseguiremos es que se frustre, que no nos guste cómo lo hace, y que acabe retirándose, sintiéndose un estorbo.

La mujer tiene que comprender que la ideología de género, que nos ha hecho muchísimo daño en la relación de pareja y en la relación familiar, es falsa. Cuando partimos de que hay una identidad entre los sexos y les pedimos a nuestros maridos que actúen como si fueran mujeres, les generamos frustración y desencanto. Los tratamos como si fueran mujeres defectuosas, madres defectuosas y no padres.

Pero su forma de actuar es distinta. Un ejemplo: muchas veces las madres bañamos a nuestros bebés con caricias, con aceites, con música de fondo, y estamos dos horas con el baño. El padre, en cambio, sumerge al bebé en el agua tres segundos, le pasa la esponja en un minuto, y ya está. A pesar de esa aparente brusquedad, el niño está bien lavado, bien querido. Por eso, censurarles, tacharles de inútiles en tareas que ellos hacen a su manera, es un arma arrojadiza, porque acaba perjudicándonos a nosotras.

Cuando falta el padre

—Usted establece una conexión directa entre la ausencia del padre y un conjunto de fenómenos negativos en la educación de los hijos. ¿No existían acaso estos problemas en la sociedad de antaño?

—Son problemas que se han disparado. El padre ha sido dejado en un rincón oscuro, como si no tuviera ningún valor de referente para el hijo. Pero recientes estudios publicados en EE.UU. demuestran que su ausencia tiene unos efectos negativos fortísimos sobre los hijos y las hijas. Estadísticas del Departamento de Bienestar Social confirman, con unas cifras absolutamente abrumadoras, que los niños internados en centros de desintoxicación, los que han abandonado el colegio, los que experimentan el fracaso escolar, los que padecen patologías como la hiperactividad, trastornos de personalidad o mayores problemas con drogas, son, en un 85 o 90 por ciento, los que carecen de la figura del padre en casa.

Antes, cuando el padre estaba ausente del hogar por motivos de trabajo o por guerras, su presencia simbólica se daba por medio de la madre. El niño crecía sabiendo que había una figura paterna a la que había que respetar. Sin embargo, ahora se ha producido un desprestigio de esta figura. Desde la revolución del 68, con esa famosa expresión de las mujeres de “mi cuerpo es mío”, la maternidad depende absolutamente de la madre. Con los medios anticonceptivos y con el aborto, la mujer es quien decide cuándo y cómo tiene al hijo, con lo que el padre pasa a un segundo plano. Las técnicas de reproducción asistida le permiten a la mujer incluso prescindir físicamente de él.

Recuperar al hombre

—Por último, ¿le parece que queda tiempo y disposición para revertir el ninguneo social de la figura paterna y masculina en general?

—¡Tiene que haberlos!, en beneficio de la sociedad y del futuro de las generaciones actuales. En EE.UU. y Australia se está prestando una gran atención al tema, porque se han dado cuenta de que la sociedad, ante la carencia de la figura paterna, está yendo por derroteros que nos perjudican a todos. El hecho de que la ausencia paterna provoque mayores índices de drogodependencia, mayor agresividad en los muchachos, mayores cifras de delincuencia, es un problema social muy grave, y hay que adoptar medidas cuanto antes.

Estamos viviendo una época en la que, como consecuencia de toda la lucha por la emancipación de la mujer, las políticas siguen centrándose en ella, como si no existiera una necesidad de políticas a favor del hombre. Es algo erróneo: si el hombre sale perdiendo, salimos perdiendo todos; las mujeres también. La mejor defensa de la maternidad y la mujer es una inteligente política de defensa del hombre y la paternidad.

En vez de padre, “segunda madre”

En el libro, la Dra. Calvo habla sobre la idea errónea de querer que el papel del padre sea lo más similar a una “segunda madre”, no obstante, se ha olvidado que la naturaleza femenina y masculina jamás podrán ser iguales. Textualmente ella explica:

“El padre solo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de “segunda madre”; papel este exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen. El padre queda convertido, así, en una especie de madre “defectuosa”. Los hijos captan estas recriminaciones y pierden el respeto a los padres a los que consideran inútiles y patosos en todo lo que tenga que ver con la educación y crianza de los hijos…

Los padres se hallan llenos de confusión respecto al papel que desempeñan: cualquier elevación del tono de voz puede ser calificada de autoritarismo, cualquier manifestación de masculinidad es interpretada como un ejercicio de violencia intolerable, el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia le puede llevar a ser tachado de tirano o maltratador. El padre siente su propia autoridad como un lastre y su ejercicio le genera mala conciencia.

En este clima social imperante, intenta sobrevivir toda una generación de padres que no saben muy bien cómo desenvolverse ante una sociedad que les ha privado de su esencia, que les obliga a ocultar su masculinidad y que no les permite disfrutar de su paternidad en plenitud. Se sienten culpables y no saben exactamente de qué o por qué.

Esta falta de identidad masculina les hace tener poca confianza en sí mismos, una autoestima disminuida que conduce a muchos ellos a la frustración y que se manifiesta de diversas maneras en su vida: esforzándose por ser más femeninos; quedándose al margen de la crianza y educación de los hijos; convirtiéndose en espectadores benévolos y silenciosos de la relación madre-hijo; refugiándose en el trabajo, donde encuentran mayor comprensión y valoración que en el ámbito familiar.”

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