En un mundo cada vez más digitalizado, el acceso a la pornografía se ha convertido en un tema alarmante, especialmente entre los jóvenes. Según un informe del Centro Reina Sofía, el 62,5% de los jóvenes entre 16 y 29 años consume pornografía regularmente, y un 12,6% lo hace a diario. Lo más preocupante es la edad media de acceso, que se sitúa alrededor de los 8 años, marcando una brecha generacional y un desafío educativo.
Fernando Muñoz Montesinos, psicólogo especializado en educación afectivo-sexual y miembro de la asociación Dale Una Vuelta, analiza en una entrevista en ACEPRENSA las profundas consecuencias del consumo de pornografía y propone soluciones basadas en la educación y la prevención.
El acceso prematuro a la pornografía, muchas veces accidental, deja una huella profunda en el desarrollo de los niños. A esas edades, el cerebro es altamente plástico y vulnerable, por lo que la exposición a contenidos explícitos puede marcar patrones nocivos a nivel emocional, relacional y sexual.
La normalización de la violencia en los vídeos pornográficos es un problema evidente: 9 de cada 10 vídeos contienen actos violentos. Esta constante exposición crea una conexión entre el placer y la agresión, generando comportamientos en las relaciones que muchas veces escapan al control consciente. Además, la pornografía reduce la capacidad empática al afectar a las neuronas espejo, debilitando la conexión afectiva y promoviendo relaciones despersonalizadas.
Además, en nuestra sociedad, la hipersexualización está presente en múltiples formatos: medios de comunicación, redes sociales, música y hasta literatura. La música popular, como el reguetón, también juega un rol importante. Según Muñoz, aunque los mensajes de estas canciones suelen ser escuchados inconscientemente, terminan por normalizar ideas que influyen en la manera en que las personas, incluso los niños, entienden la sexualidad.
Este fenómeno también ha impactado al público femenino, con un aumento del consumo de contenidos pornográficos por mujeres a través de plataformas como Only Fans y libros de literatura erótica. Sin embargo, el llamado “porno feminista” sigue perpetuando dinámicas de explotación, según Muñoz, al disfrazar actitudes de semi-esclavitud como empoderamiento.
Uno de los principales retos es cómo abordar este tema sin fomentar una visión prohibitiva de la tecnología. Para Muñoz, la clave está en la educación afectivo-sexual temprana y en un acompañamiento adecuado por parte de las familias. Los padres deben aprender a hablar abiertamente sobre sexualidad y establecer límites razonables para el uso de dispositivos digitales.
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El psicólogo sugiere introducir acuerdos familiares, en forma de «contratos», donde se expliquen las reglas de uso de la tecnología, promoviendo el diálogo en lugar de la imposición. También es esencial enseñar a los niños a identificar y gestionar emociones como el estrés, la tristeza o el aburrimiento, emociones que muchas veces llevan al consumo de pornografía como una vía de escape.
Para organizaciones como Dale Una Vuelta, la solución a este problema pasa por redefinir la visión de la sexualidad. El consumo de pornografía trivializa el acto sexual, alejándolo de su verdadera esencia: un vínculo emocional y afectivo que enriquece las relaciones humanas.
Educar a las nuevas generaciones en el respeto, el autocontrol y el cuidado mutuo es la única forma de contrarrestar el impacto de una industria que busca lucrar a expensas de la salud emocional y relacional de las personas.
Como concluye Muñoz, «el sexo no es la búsqueda egoísta de uno mismo, sino algo que se vive en relación con el otro, reforzando siempre el vínculo que nos une. Es hora de devolverle el valor que tiene».
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José Miguel Ponce
Nació en Sevilla, España. Profesor universitario y Mentor. Especialista en Marketing y Gestión de Servicios, Calidad de Servicio, Marketing Financiero, el Marketing de ideas, valores y estilos de vida. «Estoy convencido de que la necesidad más profunda del ser humano es querer y sentirse querido».