Esta es la fórmula de la felicidad según el psiquiatra Megglé

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El doctor Dominique Megglé es psiquiatra, especialista en hipnosis ericksoniana, y autor de numerosas obras de psicología, entre ella Les thérapies brèves (Le Germe, 2011). En una entrevista habla sobre la fórmula de la felicidad: Gracias y perdón.

-¿Hay un vínculo entre problemas como la depresión o la ansiedad y el mal uso de la libertad? La libertad, ¿puede ser un peligro?

-(…) Es debido a un mal uso de nuestra libertad por lo que esta sociedad ha pasado a ser una sociedad individualista, desenfrenada, productora de personas crueles a diestro y siniestro, una sociedad que destroza cada vez más hogares, que acosa a las personas en los lugares de trabajo. Todo esto es el resultado de múltiples actos personales, libres, inmorales. Pero esto va más allá.

»Como usted bien sabe, existe una psiquiatría veterinaria. Los caballos y los perros pueden tener depresiones. Tienen un psiquismo (memoria, imaginación, inteligencia estimativa), que puede sufrir antes ciertas experiencias dolorosas, de su educación o de su biología. Los humanos tienen este mismo tipo de sufrimiento, pero tienen, además, otra forma de sufrimiento psíquico que los animales no tienen. Son todos los desórdenes provocados en ellos por las perturbaciones de la conciencia moral. Nunca hemos visto a un perro teniendo que responder de sus actos de justicia, como los nazis en Nuremberg. Recuerdo un hombre que tuvo una severa depresión tras haber sido condenado injustamente a prisión, pero con libertad condicional: había sido acusado falsamente por su ex mujer de haber abusado de su hija y el tribunal había dado la razón a la mentirosa.

»Lo que peor soporta el ser humano es la mala conciencia. Un solo ejemplo. Una mujer de 40 años vino a mi consulta porque sufría de depresión. Su vida era un fracaso. Desde hacía quince años tenía relaciones sentimentales que no llevaban a ninguna parte, empezaba cursos de formación profesional que nunca acababa. Me pregunté si no tendría un problema de conciencia y le planteé la pregunta: «¿No será que en su vida usted hizo en una ocasión algo malo, verdaderamente malo?». Tras negarlo inicialmente, se echó las manos a la cabeza y empezó a llorar. Cuando tenía 25 años, había sido estudiante de enfermería (su primera formación). El día de su evaluación tenía que pinchar a un enfermo. Entre la sala de curas y la habitación del paciente se dio cuenta de que se había equivocado de medicación inyectable. A pesar de todo pinchó al paciente para no tener una mala nota en su evaluación. Y, de nuevo, quince días después, volvió a hacerlo y pinchó deliberadamente a un enfermo con la medicación equivocada. Su conciencia la había juzgado: era una mujer mala, ya no era fiable ante sus propios ojos. Abandonó sus estudios de enfermería y, a partir de entonces, su conciencia la perseguía.

»Entonces, sí, claro que sí, la libertad puede ser peligrosa para nuestra salud psíquica cuando la utilizamos para el mal; y, evidentemente, es beneficiosa cuando la utilizamos para el bien. ¿Sabe una cosa? Tengo la fórmula de la felicidad.

-¿Cómo que tiene usted la fórmula de la felicidad?

-Sí, se resume en dos palabras: gracias y perdón. Una persona capaz de gratitud, que se da cuenta de todo lo que ha recibido desde su nacimiento, y de lo que recibe diariamente de Dios y de los otros, y que lo expresa con frecuencia, tendrá el corazón lleno de alegría. Estará bien.

»En lo que respecta al perdón, no es una pizarra mágica gracias a la cual borramos el mal que nos han hecho y que, así, ya no existiría. No, es condonar las ofensas. Cuando alguien nos hace daño, nos coge algo que nos pertenece (dinero, reputación, etc.), se convierte en nuestro deudor y nosotros en su acreedor, hasta que él nos devuelva lo que nos ha quitado: es la justicia. Pero nosotros podemos decidir condonarle la deuda, la ofensa: es el perdón. ¿Por qué perdonar? Porque la mayor parte de nuestros deudores no nos devolverán jamás lo que nos han cogido. Entonces, es inútil torturarnos persiguiendo una justicia ilusoria. Mientras nosotros no perdonemos le daremos vueltas y vueltas a nuestro crédito, seremos presa de un resentimiento que puede hacernos enfermar.

Resentidos, nuestra mente no podrá dejar de pensar en la persona que nos ha ofendido, en el deudor, seremos sus esclavos y los papeles se habrán invertido injustamente. Al perdonarle, rompemos la cadena que nos mantiene esclavizados, somos liberados y nos sentimos aliviados. Claro está, humanamente hablando no todo se puede perdonar. A los cristianos que sufren porque no creen que puedan perdonar el mal que les han causado, les aconsejo que lo depositen en el Corazón abierto de Jesús en la Cruz, y de no ocuparse más de ese mal. Aunque su psiquismo mantenga la impresión de no haber perdonado, en realidad, con la fe, han perdonado porque Jesús ha cogido en brazos su horror y ha perdonado en su nombre. De esta manera empieza, para ellos, el camino de un apaciguamiento cada vez mayor.

Fuente: ReL. Traducción de Elena Faccia Serrano.

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