Blogs LaFamilia.info
15.10.2012
 

  

 

En alguna oportunidad quise escribir sobre el reto de educar niños bilingües, ya que como madre hispana vivo esta experiencia en un país de habla inglesa. Pero después llegue a la conclusión que el reto esta en educar hijos con mentalidad multicultural, tolerantes ante las diferencias.

 

¿Pero que es realmente ser multicultural? No basta con aprender otro idioma o comer los platos típicos de otra cultura para sentirse una persona de mente multicultural. Ser multicultural en el mundo global es aprender a convivir con personas de diferentes culturas, religiones e ideologías.

 

En teoría cada país debe ser un reflejo de las culturas que lo habitan. Por ejemplo, Estados Unidos, Inglaterra, Australia o Canadá donde hay decenas de inmigrantes de diferentes partes del mundo, el ser multicultural implica respetar la pluralidad de culturas existentes. El inmigrante debe aprender un nuevo idioma, nuevas costumbres y formas de ver la vida, pero así mismo quienes son residentes del país deben estar abiertos para enriquecerse con nuevas perspectivas culturales.

 

Precisamente este 17 de octubre se celebra en la mayoría de los países latinoamericanos, el día de la raza, que nació para conmemorar el encuentro entre Europa y América tras la expedición de Cristóbal Colón. Pero en esta fecha más que celebrar el llamado “Encuentro de dos mundos”, se debe enfatizar la importancia de que nuestros hijos sepan acoger, respetar y valorar al indígena, negro, mulato o mestizo y a toda persona sin importar su trabajo o condición social.

 

En argentina, precisamente existe un proyecto de decreto del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), con el fin modificar el nombre del Día de la Raza por Día de la Diversidad Cultural y pienso que este nombre es más apropiado ya que busca resaltar la diversidad de lenguas (incluyendo las lenguas indígenas), la diversidad de razas y culturas.

 

Esto sin duda es una tarea que debe comenzar por el testimonio de nosotros los padres. Si bien estudiar otro idioma es importante, es mucho más importante enseñarles a los hijos desde pequeños a crecer sin prejuicios, a saber respetar aquel que se viste, habla o vive diferente. Según estudios de hijos de inmigrantes, los niños que son expuestos a personas de diferente cultura, edad, color o clase social tienen una visión más amplia de la vida y aprenden a ser más tolerantes hacia los distintos grupos étnicos. Es importante aclarar que cuando se habla de los grupos étnicos, significa respeto a las minorías culturales, no opciones de vida como la de juntarse con una persona del otro sexo.

 

Para quienes vivimos en un país extranjero, el reto esta en educar a los hijos para que se sientan orgullosos de sus propias raíces, pero así mismo sean capaces de integrarse con la cultura predominante. Así que la tarea es estar orgullosos de quienes somos, pero así mismo poder amar y valorar a todos a aquellos que son diferentes a nosotros y descubrir que las diferencias nos enriquecen y nos edifican como seres humanos.

 

***

luisablogLuisa Fernanda Marín

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia. Ha trabajado en el portal Colegios virtuales y como Coordinadora del proyecto Código de Acceso del periódico El Tiempo y la Fundación Antonio Restrepo Barco. En el 2006 emigró a Nueva Zelanda donde terminó un diplomado y un posgrado en el área de Gestión Humana en la Universidad de Canterbury. Actualmente es madre de tres hijos y ciudadana Neozelandesa. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.

 

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Blogs LaFamilia.info - 28.01.2015

 

juanflorespostblog

 

Es común encontrar en colegios, institutos y centros de formación de diverso carácter multitud de carteles, letreros o anuncios sobre diferentes cursos, proyectos, etc. que proponen una formación o acompañamiento a padres y madres acerca de temas de actual importancia en el terreno de la educación familiar.

 

Todos estos cursos, junto con la concepción actual de educación idealista (que no ideal a mi modo de ver), profundizan sobre pautas, teorías, prácticas y modos de proceder en el desarrollo afectivo, emocional y social de nuestros hijos/as. Tienen como objetivo dotar a los padres de herramientas que faciliten que estos se conozcan, pongan nombre a lo que sienten, piensan y sueñan para poder dar respuesta a la gran pregunta de la paternidad y maternidad: ¿cómo educar a mi hijo/a?.

 

Padres y madres se cuestionan continuamente cómo proceder o cómo no hacerlo en diferentes situaciones a lo largo de las distintas etapas por las que atraviesan nuestros hijos en su desarrollo desde la niñez hasta la adultez, siendo la respuesta muy variable en función, parece ser, de perspectivas religiosas, culturales, socioeconómicas, pedagógicas, psicológicas y sociales.

 

El objetivo de este artículo es poder establecer, a modo informal, unos mínimos y exponer ciertas ideas que se entienden como esenciales y a partir de las cuales repensar y reformular, en el caso en el que se considere necesario, las propuestas que todos aplicamos a diario en nuestra familia.

 

Para ello tenemos que hablar sobre el sentido de la familia, esto es, qué hace la familia y para qué nacemos en familia. Claro está que debemos partir de la base de que dicha institución, en cuanto a sus hijos, tiene una misión o función fundamental.

 

La literatura científica al respecto parece que aúna posiciones para indicar que uno de los procesos que debería garantizar la familia es la llamada «socialización primaria», que podemos entender como la dotación al niño/a de ciertas herramientas que le permitan insertarse de un modo correcto en la sociedad cuando a este le llegue la hora. Dicho de otro modo, la familia concreta recibe al recién nacido concreto y debe prepararlo para, en términos evolucionistas, su adaptación al medio ambiente concreto en el que deberá sobre-vivir o súper-vivir. De hecho en la mayoría de las especies uno o ambos de los progenitores es quien transmite, enseña al infante aquellas conductas que le ayudarán a vivir en un futuro por sus propios medios.

 

Dicho esto, y de ahí el título del artículo, propongo la reflexión. ¿No puede ser que estemos dando a nuestros hijos/as una preparación para una sociedad ideal cuando esta no lo es? ¿Cómo será la adaptación de ellos a la realidad social cuando, por desgracia, va a coincidir poco con la idea sobre lo que iba a ser esta trasladada?

 

Es necesario dejar claro que una cosa es que sería ideal que la realidad social fuera perfecta, eso es lógico y nadie podría objetar sobre el tema ni no desearlo; y otra muy diferente es lo que realmente nos encontramos afuera de la realidad familiar.

 

Con esta premisa planteémonos a modo de ejemplo de la multitud de aspectos a desarrollar, un tema bastante actual: la gestión de la frustración. Existe la concepción más o menos común de que «a mi hijo le daré todo lo que no pude tener» (sin tener en cuenta de que eres lo que eres gracias a lo que tuviste o, mejor dicho, gracias a lo que no tuviste). Esta afirmación, que puede ser buena (más bien idealista) en ciertos aspectos, puede ser peligrosa si, por ejemplo, pensamos en cuando nuestros hijos/as alcancen su vida adulta. ¿Tendrán todo aquello que quieran?, mejor aún, ¿tendrán todo aquello que se merezcan?, más aun, ¿tendrán todo aquello que es justo?

 

Por desgracia, o por suerte (según se mire), la respuesta es, rotundamente no. La sociedad no es justa, el mundo empresarial, normalmente no solo no es justo sino que en multitud de ocasiones se muestra con una injusticia sorprendente. Entonces, si, como hemos desarrollado en nuestra premisa, el objetivo de la familia es preparar al infante a insertarse en dicha realidad, ¿estamos haciéndolo bien?, ¿la educación que proporcionamos a nuestros hijos es ideal?

 

La educación ideal es aquella que hará personas más aptas, más preparadas, en definitiva, más adaptadas al entorno social y no aquella que las prepara de forma perfecta, por parte de padres y madres perfectos a una sociedad perfecta que, qué duda cabe, no existe.

 

Como conclusión podríamos proponer más preguntas, ¿como padre/madre tienes la sensación de que no lo haces bien? ¿tienes claro que te equivocas? Siempre es bueno intentar hacerlo todo bien, sobre todo con nuestros hijos/as, pero debemos admitir que no somos perfectos, al igual que nuestra sociedad. Es por esto por lo que todos debemos trabajar en pro de fomentar una educación ideal y no idealista, aunque la idealista fuera la ideal.

 

***

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

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Por Alberto Delgado / Blogs LaFamilia.info - 02.06.2020

 

Foto: freepik

 

A mis amigos...

 

Repasaba hoy los primeros años de mi infancia, y con mi imaginación volvía a verme sentado al borde de la cama y a mi papá a mi lado. Hablaba él con Dios y me enseñaba a hacerlo; no tenía yo más de cuatro años pero con las pocas palabras que sabía, mi papá me decía que conversara con el Niño Jesús y con sus padres María y José. No me ensañaba todavía a recitar las oraciones tradicionales, sino a que con mis propias palabras conversara con ellos; también me decía que llamara al ángel de mi guarda para que me acompañara.

 

Jamás se borrarán de mi mente agradecida esas primeras conversaciones que teníamos mi papá y yo con esos maravillosos personajes, que nuestros ojos no veían, pero cuya presencia se sentía; mi mente infantil intuía que estaban allí, escuchándome con una atención llena de amor y de ternura. Mi papá hacía esto diariamente, pero cuando tenía que irse más temprano para su trabajo, mi mamá lo reemplazaba en ese “oficio divino” de ayudarme a  hablar con Dios y con los Santos.

 

A veces no soy capaz de dominar mis recuerdos y doy paso a la evocación de sucesos para mí maravillosos. Hoy es uno de esos días, pues al contemplar el ejemplo tierno y sinigual de San José y de Santa María enseñando al mismo autor de la divina sabiduría, a orar con su Padre, a realizar pequeñas labores hogareñas y a colaborar con José  en su trabajo ordinario,  tuve que dar rienda suelta a mi imaginación.

 

Cuando nuestros hijos estaban todavía muy pequeños, los llevamos a ver la película titulada “Marcelino, pan y vino”,  y comprobé embelesado que también ellos a pesar de su corta edad, se emocionaban profundamente  al escuchar a Marcelino cuando le hablaba a un Jesús  que colgaba de una cruz pobre y empolvada  que  había en el cuarto de los trebejos. “Tienes cara de hambre, le decía, creo que te pones triste porque estás muy solo”. Como éste hay muchos otros ejemplos que muestran la capacidad de los pequeños para captar los hechos.

 

Ahora quiero invitarte a que en estos días de reclusión obligada, hagamos esa hermosa tarea de iniciar a nuestros hijos en el conocimiento y en el trato con el Señor. Los niños empiezan a sentir la influencia de sus padres desde el vientre materno, y por eso éstos no pueden dejar pasar el tiempo para empezar a enseñarles, aunque creamos que no entienden. Sus mentes limpias y serenas están ávidas de sabiduría y de emociones, y nada puede ser más noble y de mejores consecuencias, que transmitirles la fe y la confianza que debemos tener con Quien sabemos que siempre nos escucha y está dispuesto a estrecharnos entre sus brazos amorosos. 

 

Es indispensable seguir enseñándoles con la palabra y con el ejemplo, pues a medida que van creciendo asimilan mejor, pero si se interrumpen las enseñanzas, se corre el riesgo de que se desvíen. Podría suceder, a manera de ejemplo, que si un niño hizo su Primera Comunión y no se le siguió enseñando el significado y la grandiosidad de recibir al Señor,  y no se le lleva a Misa para cumplir el precepto dominical y frecuentar la Comunión, ese niño recordará el día de su Primera Comunión como un hecho aislado y ocasional, pero su fe se queda corta, y sus padres  omiten culpablemente el deber de alimentar y acrecentar la fe de sus hijos. 

 

El hogar es la fuente insustituible de la formación de los hijos, es allí donde  se imprimen en sus mentes y en sus corazones las bases fundamentales que regirán toda su vida,  y el colegio solamente las complementa y las confirma. Lo que ellos reciben en el hogar marcará sus vidas y perdurará a pesar de todos los avatares e incidencias. Por eso esta tarea constituye un deber fundamental, y tiene mayor trascendencia que cualquiera otra enseñanza, por importante que parezca, en la formación de nuestros hijos, porque de ella depende en buena parte su  salvación eterna y la nuestra.

 

Los matrimonios jóvenes, papá y mama por igual, y también los mayores, y los abuelos y los tíos, todos tenemos esta importante obligación y hemos recibido la capacidad y la gracia suficiente para llevarla a cabo. Siempre será oportuno, -nunca es tarde- para que empecemos a cumplir esta maravillosa misión de enseñarles a dialogar con el Señor. Anímate, empieza hoy o reanuda esta bella labor si ya la habías iniciado. 

 

Alberto Delgado C.

 

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Blogs LaFamilia.info - 18.12.2018

 

Foto: Freepik 

 

En las próximas semanas afrontamos un tiempo que siempre se relaciona con festividad, decoración especial, reuniones familiares, comidas extraordinarias y, sobre todo, para los más pequeños, regalos, muchos regalos. 

 

Desde hace bastantes semanas nos bombardean con múltiples anuncios en televisión, internet, catálogos impresos, y demás soportes intentando persuadirnos de lo felices que serán nuestros hijos, sobrinos y nietos si tienen entre sus manos su producto.

 

Es el tiempo en el que, tradicionalmente, todos realizábamos nuestro único y sincero examen de conciencia (porque sabíamos que habían estado mirando “por un agujerito” y no podíamos engañarlos) y comenzábamos la carta a los Reyes de Oriente diciendo: “este año, me he portado…”. En función de cómo acababa esta frase, nuestras expectativas sobre lo que sucedería en la noche del 5 al 6 de enero, la Epifanía, eran más o menos optimistas. Aun así, aunque nuestro comportamiento durante el año hubiera sido de dudosa moralidad, sus Majestades siempre tenían algún detalle con nosotros, además del típico saco de carbón dulce que nos recordaba que ellos sabían que, del todo, no nos lo merecíamos.

 

El caso es que mucho de lo anterior ha pasado a la historia en gran parte de nuestros hogares. Y es una cuestión sobre la les invito a meditar.

 

Si lo analizan bien, hemos pasado de hacer, aunque fuera, un único análisis de conciencia de nuestros actos a la no necesidad de hacerlo, ni siquiera una vez. De esto deriva que, quizás, hayamos pasado de merecernos o no algún detalle de sus Majestades, a exigir un importante presente, porque sí.

 

Hemos pasado de colaborar con los Reyes en algún regalo a familiares o amigos muy íntimos, a vivir superficialmente el intercambio de paquetes, cuales mensajeros, de Papá Noel, Santa Claus, los Reyes Magos, el fiel “amigo invisible”, y un largo etcétera que no hacen sino desvalorizar el signo cristiano que fundamenta el gesto.

 

La verdad, viéndolo con perspectiva, es que creo que ni yo llevaba razón de pequeño, ni la llevamos ahora. Quizás, en la actualidad, sea más visible dado que hemos perdido (quien lo haya hecho) el sentido de lo cristiano de la Navidad, regalos incluidos. Pero antes, sinceramente, tampoco lo teníamos muy claro. Porque si tenemos en cuenta que el cristianismo predica y vive en la Misericordia que, para entendernos, significa que cuando somos buenos Dios nos quiere y cuando somos malos, también; deberíamos haber comprendido que a sus Majestades no les importaba qué hubiéramos hecho, simplemente cumplían con su misión.

 

Ahora bien, en cuanto a los regalos en sí, les invito, como siempre, a reflexionar las ideas que les presto a continuación.

 

Creo que lo más importante es tener en cuenta la edad del destinatario del regalo. Los niños son niños, y tienen derecho a serlo. De ahí que mi posición sea que mientras menos cables haya dentro del cuidado envoltorio navideño, mejor que mejor.

 

Ya tendrán tiempo de utilizar los smartwatchs, smartphones, tablets, consolas, etc. cuando nos cercioremos de que son capaces de controlar su uso y contenido (les adelanto que no será ni a los 10, ni a los 12, ni a los 14, ni…). Cada día llegan a consulta personas más jóvenes por un uso inadecuado de las nuevas tecnologías y no debemos contribuir a lo que los últimos estudios muestran sobre nuestros niños y adolescentes. Si, aun así, tomamos la decisión de hacerlo, les propongo realizar un contrato de uso con sus hijos, de forma que se “regulen” horarios, usos y demás elementos a tener en cuenta para que no favorezcamos conductas inapropiadas. 

 

Pero el problema, estarán de acuerdo conmigo, ya no es solo qué están haciendo, que puede ser grave, sino también, qué están dejando de hacer.

 

Por ello, en lugar de juguetes electrónicos, propongo que en la carta a los Reyes Magos (tradición en España) o al Niño Jesús (tradición en América) se pidan: juguetes y juegos para compartir con hermanos, primos, amigos; juegos de ensamblajes, construcciones y puzles; artísticos como manualidades, pintura, instrumentos musicales; y, por último, libros. En resumen, frente a la inmediatez que pudieran presentar los electrónicos (aunque no todos son así), propongo regalar artículos que fomenten el trabajo en equipo, la iniciativa, la paciencia, la atención, la motivación, la frustración, la creatividad, la resiliencia, …; es decir, todos y cada uno de los elementos que componen la vida adulta. Es necesario que se entrenen y que se vayan preparando para la vida real, y también pueden jugar a ello, incluso divirtiéndose.

 

Pero, ante todo, pensemos en qué regalo podemos hacer a nuestros hijos que no se corrompa con el tiempo, que no se aburran de él y que siempre lo recuerden: nuestro tiempo. 

 

Si antes comenzaba hablando de análisis de conciencia, exploremos, busquemos, meditemos sobre qué necesitamos mejorar como padres y cómo lo vamos a hacer. Es nuestro trabajo, es nuestra misión y es lo que más necesitan nuestros hijos.

 

Olvidemos, por favor, los regalos despampanantes y exagerados, no los necesitan, no les sacian, no les hacen felices. Nuestros hijos son y serán felices si los educamos, si los corregimos, si les enseñamos a vivir. Ese es el mejor regalo.

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

 

Por Alberto Delgado/Blogs LaFamilia.info - 21.02.2021

 

Generalmente calificamos como ordinario aquello que no es fino, de muy buena calidad, y también decimos lo mismo de palabras o modales chabacanos o faltos de elegancia. Pero ahora no voy a referirme a estos conceptos, sino especialmente a todo aquello que hacemos durante el transcurso normal, común y corriente en nuestra vida.

 

Ese tiempo ordinario ocupa la casi totalidad de nuestra existencia, nos corresponde por naturaleza y es el que tenemos a nuestra disposición para llevar a cabo todo cuanto se nos antoja. Los días especiales, las solemnidades, son algo fuera de lo de cada día, son ocasionales, y por eso los llamamos extra – ordinarios.

 

Todos los días y todas las horas de nuestro tiempo ordinario, son propicias y adecuadas para prepararnos, para ilustrarnos, para adquirir la formación humana, profesional y espiritual necesaria para ser útiles y para contribuir eficazmente al bienestar personal, familiar y social. Sabemos muy bien que fuimos creados con una misión específica y determinada, que no somos ruedas sueltas, ni seres totalmente desligados de los demás ni del universo, y que esa misión recibida del Creador, nos obliga a corresponder decidida y eficazmente para lograr el fin temporal aquí en la tierra y el fin de gozar de Dios en la eternidad.

 

Por eso es necesario que tomemos conciencia plena de que todos y cada uno de nuestros días comunes y corrientes, son el campo adecuado y el tiempo propicio para desarrollar y llevar a la práctica las labores y actividades que corresponden a nuestra condición de cristianos, de ciudadanos y de miembros de una familia. Hoy y ahora, no mañana ni después.

 

Este día y este momento, y no otros, son el momento y la oportunidad única para realizar nuestros deberes y cumplir nuestras obligaciones. No los desperdiciemos dejándonos llevar de falsas ilusiones o de vanas promesas que a nada bueno conducen. No perdamos el tiempo evocando épocas pasadas, que fueron mejores o peores, según la apreciación de cada uno, ni tampoco nos ilusionemos con futuros hermosos y promisorios, que no sabemos si llegarán o no, y cuyas condiciones son absolutamente impredecibles.

 

Hoy, aquí y ahora; este es el momento preciso y único, no lo desperdiciemos, sino que aprovechémoslo con toda plenitud, con el más grande entusiasmo y con el más decidido empeño de ser mejores y de servir más y mejor a los demás.

 

No he desechado la calificación sobre la ordinariez ni sobre la elegancia, por el contrario, yo creo que a todos nos incumbe el deber de buscar y practicar los buenos modales, las palabras, las actitudes que denoten delicadeza, finura y elegancia en todo: en el atuendo, en el arreglo personal, en el cuidado de la casa y de los lugares de trabajo, que hacen agradable la convivencia y hablan bien del aprecio y de la valoración que hacemos de los demás y de nosotros mismos.

 

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Alberto Delgado C.

 

 

Por Alberto Delgado / Blogs LaFamilia.info - 02.06.2020

 

Foto: freepik

 

A mis amigos...

 

Seguramente que te has dado cuenta de que te miran, te observan, te juzgan, te critican y te imitan más de lo que creías. Esto que parece ser una molestia y una indebida intromisión, es en verdad una magnífica oportunidad para ejercer una poderosa influencia sobre los demás, y si lo hacemos con ánimo generoso y constructivo, podemos sembrar con nuestras acciones, generosas semillas de bondad, que darán como fruto el crecimiento en las virtudes y en el comportamiento de todos los que estén en nuestro entorno.

 

Somos seres sociables y necesariamente tenemos que compartir con muchas personas los sucesos e incidencias del diario vivir. Esto nos crea una grave responsabilidad, pues como lo anoté, todos, y especialmente los más cercanos, imitan conscientemente o no, lo que nos oyen decir y lo que nos ven hacer; somos sus guías y orientadores. 

 

Frecuentemente nos extrañamos porque los hijos, los parientes o los amigos no hacen cosas que, según nuestro criterio, deberían hacer, pero no caemos en cuenta de que no les enseñamos eso que extrañamos, o desvirtuamos lo que decimos con un ejemplo que no es coherente con la enseñanza.

 

No podemos esperar que los niños se mantengan limpios y tengan orden en sus cosas y en sus actos, si ven que sus padres no lo hacen; ¿cómo vamos a pretender que sean generosos, pacientes y amables, si ven ejemplos contrarios en su casa? Es imposible pedirles que sean puntuales y responsables en el cumplimiento de sus estudios, en sus deberes hogareños o profesionales si sus padres no lo son. Tampoco podemos exigirles que tengan un trato cordial, amable y respetuoso, si sólo oyen discordias y frases duras y descorteses. Si jamás ven a sus progenitores dar gracias a Dios por el alimento, la casa y las comodidades de que disfrutan; si no han visto ni oído nunca que se ofrezcan a la Virgen las acciones del día y se le dirijan oraciones que alimenten la fe que debieron infundirles desde sus primeros años; si sus padres no tienen ninguna práctica religiosa ni tienen en cuenta a Dios para nada?

 

Repito lo dicho en el mensaje anterior: lo que los niños escuchan, ven y aprenden durante los primeros años en el hogar paterno, se quedará indeleblemente grabado en sus mentes y en su memoria, y trazará el rumbo de su vida. Algo parecido ocurre con lo que observan en nuestro comportamiento, todos los que se relacionan con nosotros: nos imitan mucho más de lo que creemos. Por eso, no podemos olvidar el grave deber que tenemos de dar buen ejemplo en todas las acciones de nuestra existencia, porque de ese ejemplo se derivan muchas y trascendentales consecuencias.

 

Alberto Delgado C.

 

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Blogs LaFamilia.info - 04.03.2016

 

20160703bjfFoto: kaboompics.com 

 

Parafraseando en términos coloquiales a Santo Tomás de Aquino en la cuestión 22 de su obra “De Veritate”, no elegimos realizar actos malos sabiendo que lo son sino que, en el fondo, aquello que no nos conviene se nos presenta como un bien.


Desde esta óptica se pueden analizar multitud de dilemas morales que ocurren en nuestros días. Parece lógico que si tuviéramos la certeza de que nuestros actos estuvieran dirigidos hacia el mal no los llevaríamos a cabo. Siempre vemos en ellos algún bien a alcanzar aunque, en realidad, se trate de un mal “enmascarado”.
¿Podría ser esto lo que estaría ocurriendo con el desarrollo tecnológico y su llegada al hogar familiar en los últimos años?


Aunque más tarde volveremos a esto, la familia 2.0 ha evolucionado (o, quizás, mutado, dado que la evolución parece ser la transformación de un algo en otro algo que, dicen, es mejor) y sus actividades y relaciones están completamente marcadas por la tecnología. Salvo en raras excepciones, lo normal (estadística que no naturalmente hablando) es tomar el desayuno con el dispositivo en la mano y dejarlo en la mesilla de noche antes de cerrar los ojos para dormir. Cada momento del día se convierte en una fuente de oportunidades para consultar noticias, redes sociales, mensajería instantánea, movimientos bancarios, datos de salud, correos electrónicos, etc.


Sin darnos cuenta, al leer estas reflexiones podríamos estar reproduciendo en nuestra mente aquellas situaciones de nuestro día a día que nos confirman lo que se expone. Podría ser el momento de hacer un alto en el camino. Podríamos estar equivocándonos gravemente porque podríamos, a lo peor, estar dañando aquella institución donde la persona nace, crece, se realiza (al menos parcialmente) y muere; y que, además, se presenta como necesaria no solo para los hijos, también para los padres y, en definitiva, para la sociedad: la Familia.


Expuesto lo anterior, y volviendo a las primeras líneas de esta reflexión, quizás podríamos indicar que la incorporación de los aparatos tecnológicos, de las últimas técnicas y aplicaciones de comunicación tendrían aspectos muy buenos como, por ejemplo, la simplificación de diversos aspectos de la actividad y funcionamiento familiar (control económico y de la salud, comunicación, actividades de ocio, etc.). Pero, ¿podríamos estar desorientándonos, esto es, perdiendo el norte y, como indica el Aquinate, contemplar el uso de la tecnología exclusivamente desde un prisma de bondad mientras que, por el contrario, su uso podría estar favoreciendo que se deshagan los lazos familiares instaurándose así como un elemento distorsionador de la realidad personal y familiar?.


Está claro que no podríamos nunca plantearnos abandonar estas “ayudas” puesto que ya las hemos incorporado a nuestros hábitos y, efectivamente, son útiles, pero sí seguir reflexionando en aquellos aspectos que a continuación se detallan:


- ¿El uso de la tecnología debería estar condicionada y regulada por la edad del usuario? Una cosa es que podamos utilizarla y otra cosa es que nos convenga usarla de cierta forma en algunas etapas de nuestra vida. Por ejemplo, un niño puede dibujar en una tableta electrónica con los dedos, sin embargo es aconsejable que lo haga en papel dado que desarrolla la llamada psicomotricidad fina. Un adolescente, que adolece de la madurez necesaria en ciertos aspectos de su desarrollo psicológico y físico, podría tener tendencia a sumergirse de forma perenne en el mundo digital y, no obstante, se estaría perdiendo, entre muchas otras, el desarrollo de las habilidades sociales necesarias para una interacción correcta con sus congéneres no sólo en el ámbito familiar sino también en el escolar, social, etc. (este aspecto, además, es difícilmente recuperable sobre todo en aquellas personalidades más introvertidas).


- ¿Podríamos estar confundiendo la utilidad de la tecnología con su comodidad? Esta reflexión es importante porque se podrían presentar casos del tipo: es más cómodo y más divertido que un niño juegue con la tableta electrónica o videoconsola a que esté encima de los padres pidiendo atención (a lo mejor lo que necesita realmente es compartir tiempo con sus padres y no con los cables sobre todo en estos tiempos en los que el tiempo que pasamos padres con hijos se ha reducido tantísimo y, además, las familias son cada vez más reducidas lo que hace que muchas veces los niños ni pueden compartir actividades con los padres ni con los hermanos).


- ¿Podríamos estar utilizando la tecnología como medio para evadirnos? Las personas, por cierto hedonismo psicológico (búsqueda del placer y evitación del dolor), tendemos a buscar actividades que nos ayuden a no reflexionar sobre ciertas situaciones, problemas, etc. Matamos el tiempo en diferentes ocupaciones con la única intención, consciente o no, de relegar a un segundo plano el sufrimiento (también podría pasar con el deporte, el trabajo, aficiones varias, etc.).

 

Tras estas reflexiones sería conveniente establecer ciertas áreas de mejora en nuestra relación familiar con la tecnología. Os propongo las siguientes:


1) Horarios. para favorecer un correcto desempeño de los hijos (y de los padres) sería conveniente establecer ciertos límites en cuanto al uso (a veces podríamos convertirnos en máquinas de consultar una y otra vez la pantalla del móvil). Por ejemplo en comidas, momento en el que la familia se reúne, no viene mal mirarse a la cara y conversar. Seguro que iniciando este hábito se alcanzan grandes beneficios. También es necesario subrayar los perjuicios que las investigaciones arrojan sobre el uso del móvil o tableta electrónica en la cama (menor descanso, mayor insomnio) y añadir otra que normalmente se obvia: internet da acceso a cientos de miles de contenidos no recomendables para ninguna edad, por tanto, no ejercer un control sobre ello (por ejemplo activando uno de los muchos filtros de contenidos que hay disponibles) es signo de poca atención a este aspecto que, como he dicho, no parece ser muy apta para ninguna edad, tampoco para los padres.


2) Espacios. Es necesario establecer aquellas estancias de la casa donde se podrá utilizar la tecnología. Tradicionalmente se recomendaba tener el ordenador en la sala de estar, a la vista de todo el mundo. Hoy día parece que se ha convertido en el aparato menos usado del hogar. Es necesario, saludable y más seguro que nos acostumbremos a entrar en internet, redes sociales, etc. en compañía, no por ejercer un control sino por educar en su uso.


3) Formación. Claro está que no podemos educar en el uso de la tecnología si previamente no nos hemos formado. Deberíamos de ser especialistas en todo (en redes sociales principalmente) al igual que sería bueno ir actualizándose en las últimas novedades de las diferentes aplicaciones que, como decíamos al principio, teniendo aspecto de buenas pueden ser fuente de muchos problemas. El objetivo no es controlar a nuestros hijos por el hecho de vigilarlos exclusivamente, sino, repito, enseñarles, acompañarles en el mundo digital. Si no los dejamos cruzar la calle solos hasta que no tienen una edad y entendemos que tienen la suficiente madurez para conocer los semáforos, pasos de peatones, mirar bien para comprobar que no vienen ningún coche, etc.; debemos proceder igual en redes sociales (si lo primero no es acoso, lo segundo tampoco debería serlo. La intimidad –ni física ni psicológica- de un hijo adolescente no debe mostrarse en redes sociales, estando pendientes ayudamos a que no lo muestre ahí). Este aspecto es duro, porque muchos padres tienen una edad en la que nunca han utilizado ningún aparato tecnológico, pero no formarse es un grave error porque no se sabe qué tenemos delante.


Debemos recordar siempre que la misión fundamental de la familia es el desarrollo a todos los niveles de los hijos y de los padres. Por tanto no debemos mirar estas propuestas como una amenaza a la intimidad sino como una ayuda a tal desarrollo, una ayuda a la cual los padres estamos obligados para con nuestros hijos y los esposos para con sus cónyuges.

 

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Juan Flores Medina
Licenciado en Psicología, Máster en Psicología de la Salud y Práctica Clínica, Especialista en Derecho Matrimonial Canónico y ejerce como profesor de universidad y como terapeuta individual y familiar. Inició su carrera profesional combinando el área empresarial y el acompañamiento a familias en dificultades. Más tarde inició su andadura académica en la Universidad e investiga aspectos de educación en familias numerosas. Casado y padre de 5 hijos. Twitter: @juanflorespsi - Facebook: juanflorespsi

 

Por Alberto Delgado/Blogs LaFamilia.info - 25.12.2020

 

 

Diciembre 25 es el día señalado por la Iglesia para festejar el nacimiento de Jesús, es la celebración más importante de la época de navidad, y debe ser el centro de todas las demás. 

 

Por eso hemos venido preparándonos desde hace cuatro semanas, con los acostumbrados arreglos y con la construcción del Pesebre, en lo cual hemos puesto todo nuestro empeño, para que en lo humano sea una morada digna y acogedora, de tal manera que exprese la veneración y la devoción hacia estos sagrados misterios.

 

También espiritualmente hemos venido preparándonos para esa grandiosa celebración, mediante el repaso cuidadoso y la consideración amorosa de todos los pasajes de la vida que María y José llevaron durante los días próximos al nacimiento del Redentor. ¡Con cuánto amor y divina ternura prepararían los vestidos y los pañales con que abrigarían al Divino Niño, para protegerlo de los intensos fríos del invierno¡ ¡Cómo sería el esmero y los sentimientos de intenso amor con que construiría José una preciosa  cunita para que allí se aposentara el Creador del universo, hecho Niño débil e indefenso!

 

Podemos imaginar el indecible amor, el tierno candor de sus conversaciones sobre la forma más amable y más delicada que emplearían para que el Dios Niño hallara en sus padres, todo el amor, la veneración y los más rendidos homenajes de quienes el Eterno Padre había elegido para que desempeñaran el grandioso encargo de cuidar y proteger a su Hijo Unigénito.

 

El rezo de la Novena que desde el 16 de diciembre hemos estado haciendo, adornado con las velitas y el canto entusiasmado de los gozos y de los villancicos, va empapando nuestros corazones de esa ansiosa, pero a la vez dichosa espera. Los continuos actos de fe y los propósitos de renovar en nuestras almas la gracia santificante, que es prueba de la amistad con el Señor, avivan aún más el ambiente de santa alegría llena de esperanzas y de ilusiones.

 

Posiblemente ahora no sea posible realizar estas celebraciones en la misma forma sencilla, desprovista de brillantes luces y de vistosas serpentinas, como se hacía en años ya lejanos, pero la evocación que los mayores hacemos de esas inolvidables navidades, contribuyen también a dar un toque de suave nostalgia a nuestras reuniones familiares.

 

No podemos pasar por alto el enorme contraste que hay entre las disposiciones del mundo judío, que eran de desconocimiento cerril a lo anunciado por los profetas, y de rechazo inhumano a José y a María cuando pidieron alojamiento en una posada al menos abrigada y segura, y la actitud que la Iglesia nos pide a nosotros para que, con corazón limpio y la debida preparación espiritual, demos a Jesús Niño la bienvenida este 25 de diciembre. Por eso, con todo el amor de que somos capaces y con los más grandes sentimientos de ternura, preparemos en nuestro corazón a este Niño Divino, la cunita suave y abrigadora, que repleta del amor nuestro, sea su digna morada. 

 

“Dispongamos nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente”.

 

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Alberto Delgado C.

 

 

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Por Alberto Delgado / Blogs LaFamilia.info - 02.06.2020

 

Foto: freepik

 

A mis amigos...

 

Qué importancia y cuánta significación tienen las cosas pequeñas. Una cosa insignificante e invisible en apariencia, y cuya existencia sólo puede comprobarse por los funestos daños que causa, tiene a miles de millones de personas en todo el mundo, aterrorizadas, buscando refugio en el aislamiento y empleando todos los medios, sin escatimar gastos ni esfuerzos, para encontrar protección y remedio.

 

Las restricciones que esa pequeña cosa nos ha impuesto no tienen antecedentes y son de tal repercusión, que han trastornado la vida entera: las actividades laborales, el ejercicio profesional, el sistema educativo, la producción industrial, la provisión de alimentos y de artículos esenciales, las relaciones de familia, la vida social, los deportes, el descanso… nada ha escapado a este terrible mal.

 

Ante estos hechos lamentables me he detenido a pensar en mis debilidades y en mi fragilidad, que contrastan con la suficiencia que a veces aflora en mi interior y me lleva a la tentación de confiar en mis fuerzas y en mi valentía.

 

Quiero entonces hacer el propósito firme de analizar las cosas que llamamos pequeñas, y descubrir en cada una de ellas el valor y la importancia que tienen, el tesoro escondido que encierran, las posibilidades que me ofrecen para crecer en virtudes y valores y para ponerlas, igual que en las grandes construcciones, como los cimientos en que se apoya todo el edificio de mi existencia, mi vida futura y hasta mi felicidad eterna.

 

Alberto Delgado C.

 

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