José Luis González Simancas
Después de más de cincuenta años dedicados a la enseñanza media y universitaria, el Profesor José Luis González-Simancas transmite en este artículo diez convicciones personales en relación con la praxis docente.
Se cumple mi personal cincuentenario en la docencia: quince años en la enseñanza media y treinta y cinco en la universitaria. Quizá mis colegas en la docencia hayan pensado alguna vez en qué creen, en cuáles son sus convicciones a la hora de programar sus asignaturas. Se me vienen a la cabeza, entre otras, las siguientes diez convicciones. Como se dice hoy, se las “cuento” a mis colegas, por si les interesa el tema.
- Mi primera convicción es precisamente ésta: que las convicciones en materia de acción educativa, se van generando poco a poco, hasta configurar el quehacer del profesor que se propone educar, con un estilo personal y con el que otros pueden estar en desacuerdo, como tantas veces ocurre.
- Esta es mi segunda convicción: que somos muy libres a la hora de aplicar nuestra docencia, desde sus metas, pasando por sus métodos, hasta el modo de valorar sus resultados, dentro del marco o ideario de la institución en que se trabaja, con espíritu de servicio.
- Lo cual enlaza esencialmente con mi tercera convicción personal: que la docencia formativa se dirige a la persona de cada uno de los estudiantes y no sólo al quehacer estudiantil para la obtención de un título universitario, por necesario que esto sea. Un estudiante es ante todo persona. ¿Lo diré como tantas veces? Sí, una persona que es única, irrepetible y libre. Así de sencillo, y así de complejo al mismo tiempo.
- Y por eso, vaya aquí mi cuarta convicción: que la docencia es una verdadera sorpresa cada año, que nos llena de ilusión a las personas que nos encontramos en las aulas, y fuera de las aulas, en cien actividades diferentes. Creo firmemente en esa influencia mutua, positiva cien por cien, que se da cuando las vidas de los unos fluyen con toda naturalidad en las de los otros, y nace la amistad de los estudiantes entre sí, siendo tan diferentes, y muy especialmente cuando la influencia mutua se da entre profesores y estudiantes, cada uno como es, con su propia personalidad.
- Y así se genera una quinta convicción: que el comprenderse unos a otros, que es sinónimo de apreciarse, de valorarse, de servir y desvivirse unos por otros eso es querer bien en educación, está en la base de esa dimensión orientadora del profesor llámese como se llame que fue el tema de mi tesis doctoral y continúa siendo lo que llamo mi “monotema” pedagógico.
- Entonces, qué tiene de extraño que mi sexta convicción radique en creer en la importancia decisiva, para la formación de universitarios cabales, de esa versión de la dimensión orientadora del profesor, que en nuestra Universidad llamamos Asesoramiento Académico Personal, y que necesitamos comprender a fondo si queremos que cumpla su misión educativa.
- Lo cual me lleva a otra convicción que personalmente considero importante. Creo que ese asesoramiento es esencialmente de naturaleza académica porque nace y se nutre de la tarea conjunta de enseñar y de aprender cooperativamente, cada cual en su papel. El primer diálogo se produce en torno a la orientación, al asesoramiento del trabajo académico del estudiante: sus posibles dificultades en el estudio de la materia de que se trate; sus aciertos encomiables que en ocasiones nos olvidamos de comentar; la forma de expresarse por escrito en los trabajos personales, sean ensayos, o trabajos monográficos, o pruebas de examen de esas que implican orden en las ideas al componer el tema, y exposición de conocimientos al argumentar razonada y razonablemente su postura personal ante cuestiones debatibles. Pero todo eso, y la dedicación que exige, ha sido y es resultado de ésta mi séptima convicción, que libremente he asumido siempre, y que no hay por qué imitar porque cada cual tiene su estilo personal, no me importa repetirlo.
- Pero es indudable que de esa convicción surge la octava, que tiene todo que ver con la anterior. ¿No hemos experimentado muchas veces que las cuestiones o problemas personales, y contextuales, de los estudiantes, y también de los profesores, inciden directamente tantas veces en lo que suele llamarse rendimiento académico? Y, ¿no es verdad que, hablando del trabajo académico, casi sin darnos cuenta, pasamos al aspecto personal del asesoramiento que así se llama: académico y personal, porque lo personal se refleja en lo académico, positiva o negativamente, y entonces se produce espontáneamente una conversación interpersonal sincera, sin medias tintas?
Eso es posible si media entre profesor y estudiante la confianza, que es clave en toda relación humana: si depositan confianza entre sí, si el uno cree en el otro y se fía de él, entonces se charla sobre cuestiones íntimas relativas a comportamientos, costumbres, valores, dudas, confusiones, y a veces respecto de dimensiones tan importantes como la del sentido de la vida. Estoy convencido de ello por haberlo experimentado: es mi octava convicción. - Mi novena convicción apunta a otro aspecto metodológico: el de la valoración o evaluación de resultados. ¿Qué resultados? Es ahí donde precisamente se transparentan las convicciones que tengamos los profesores. ¿Qué pretendemos con la enseñanza de una materia? ¿Sólo la asimilación más o menos inteligente de los contenidos? ¿O que los estudiantes aprendan a aprender por su cuenta, y adquieran hábitos intelectuales, como la capacidad crítica, o de análisis y síntesis, y hábitos morales, virtudes humanas, que afectan a su ser personal, sea la que sea su posterior dedicación profesional?
Y, entonces, ¿qué tipo de pruebas cabe utilizar? Mi convicción aquí es que no hay prueba en el mundo que pueda medir el grado de maduración personal alcanzado por un estudiante a lo largo de su aprendizaje y formación, en esta o aquella materia, o en su paso por la Universidad. Cuando, terminada la carrera y al cabo de años, a uno le dicen que agradecen lo mucho que la Universidad y hasta uno mismo ha contribuido a que se sienta feliz como persona y como profesional, eso es para mí la manifestación más clara de lo que ha ganado un estudiante, porque sólo él sabe qué y quiénes le han dejado huella en su interior, y le han ayudado a crecer como persona. - Mi última convicción, entre quizá muchas otras que harían interminable su enumeración, es ésta: que es a través del trabajo, del mucho trabajo y esfuerzo de las dos partes implicadas, estudiantes y profesores, como se consigue la educación, la formación de uno mismo en su pleno sentido; la de un hombre mujer o varón que se sabe hijo de Dios, hecho a su imagen y semejanza, esto es, inteligente, libre, y con corazón.