Estas fueron algunas de las frases que pronunció del Papa Francisco durante el evento “La Iglesia por la Escuela” que se realizó en días pasados en Italia.
El evento que reúne no sólo a los institutos católicos, sino a todas las escuelas del país, contó con la presencia de más de 300 mil personas, entre estudiantes, profesores y padres de familia.
El Pontífice resaltó que la escuela es la primera sociedad que integra a la familia y dijo, “la familia y la escuela ¡jamás van contrapuestas! Son complementarias, y por lo tanto es importante que colaboren, en el respeto recíproco.”
Asimismo, explicó las tres razones por las que él ama la escuela:
“Tengo la imagen de mi primera maestra, aquella mujer, aquella maestra que me recibió a los seis años, al primer nivel de la escuela. Nunca la olvidé. Amo la escuela porque aquella mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! No lo es siempre, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, a la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y nosotros no tenemos derecho de tener miedo de la realidad! La escuela nos enseña a entender la realidad. ¡Y esto es bellísimo!
En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza hacia una dirección y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender (y este es el secreto, ¡aprender a aprender!), esto le queda para siempre, permanece una persona ¡abierta a la realidad! Esto lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote: Don Lorenzo Milani.
Los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad. Sí, porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen “olfato”, y son atraídos por profesores que tienen un pensamiento abierto, “inconcluso”, que buscan “algo más”, y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.
Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino. Poniendo en marcha un proceso, activando una vía. La escuela no es un estacionamiento, es un lugar de encuentro en el camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se encuentra al personal asistente. Los padres de familia encuentran a los profesores; el director encuentra a las familias, etcétera. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro, para encontrarnos, para conocernos, para amarnos, para caminar juntos.
Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia. La familia (sabemos) es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre y la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela “socializamos”: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por proveniencia, por capacidades diferentes… La escuela es la primera sociedad que integra a la familia.
Esto hace pensar en un proverbio africano que dice: “Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo”. Para educar a un muchacho se necesita mucha gente: familia, escuela, maestros, todos, todos, personal asistente, profesores, ¡todos!
Y también amo la escuela porque nos educa a lo verdadero, al bien y a lo bello. Las tres cosas van juntas. La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o nos enriquece o nos empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: ¡siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia! ¡Recuérdenlo! Esto nos hará bien durante toda la vida.
De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, también cuando estamos mal, también en medio de los problemas. ¡La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida!
Y finalmente quisiera decir que en la escuela no solamente aprendemos conocimientos, contenidos, sino que aprendemos costumbres y también valores. Juntos. Se educa para conocer tantas cosas, o sea tantos contenidos importantes, para tener ciertas costumbres, también para asumir los valores.»
Francisco se despide de la audiencia diciendo: “Les deseo a todos ustedes, padres de familia, maestros, personas que trabajan en la escuela, estudiantes, les deseo un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer, que haga crecer las tres lenguas, que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con armonía, o sea pensar aquello que tú sientes y aquello que tú haces; sentir bien aquello que tú piensas y aquello que haces; y hacer bien aquello que tú piensas y aquello que tú sientes. ¡Las tres lenguas, en armonía y juntas!”
Con información de YoInfluyo y Radio Vaticana