Sobre el torero Antonio Bienvenida hay algunas anécdotas que vale la pena dar a conocer a los lectores porque muestran aspectos de su vida interior que con frecuencia relacionaba con su oficio, como cuando al ver que alguien hizo una genuflexión descuidada ante el sagrario, le comentó con cariño: “Rezabas deprisa, y las faenas de Dios hay que hacerlas despacio.” En una ocasión invitaron a Antonio a una tertulia con un grupo de jóvenes para que hablara sobre su profesión de torero; cuando alguno de los presentes le preguntó qué había sentido en uno de sus días de triunfo en la Plaza de Las Ventas de Madrid, al ser llevado en hombros por la calle de Alcalá, ésta fue su respuesta: “Pues mira, os diré, que entre los gritos y aplausos de los aficionados uno aprende que el mérito no es propio, sino del Señor, que nos ha dado todo: cualidades, voluntad, habilidad profesional…Por todo eso, que tuve muy claro de repente, por encima del ruido y del entusiasmo, le dije: ‘Conste que todas estas ovaciones son para, Señor. Yo sin Ti, poco valgo. Tuyo es el poder y tuya la gloria’”. Cuenta uno de sus subalternos haberle oído decir en voz baja “Para Dios toda la gloria”, mientras daba vuelta al ruedo recibiendo ovaciones después de una faena magistral. Bienvenida había dicho en una entrevista: “A mí me hubiera gustado morir en la plaza. Creo que es la muerte perfecta para un torero”. Casi que así sucedió, pues aunque ya se había retirado de los ruedos, murió a consecuencia de la cogida de una vaquilla en una tienta. Su muerte causó gran dolor entre sus colegas y en toda la afición taurina. Antonio le había aconsejado a Manuel Benítez, “El Cordobés”, casarse por la Iglesia con Martina, con quien convivía, sin haberlo logrado; cuando salió de la habitación donde velaban a Antonio, dijo “El Cordobés”: “El primer milagro que ha hecho Antonio Bienvenida es éste. Al llegar a Córdoba me casaré con Martina.”
Jaime Greiffenstein Ospina
Personas que dejan huella