Sabemos desde siempre, dado que un niño nace tan indefenso, que los primeros cuidados son trascendentales. Alimentación, cobijo, cuidados, presencia. Sin embargo, en los últimos 20 años la ciencia está poniendo de manifiesto hasta qué punto eso es así.
La neurobiología está señalando, desde hace relativamente pocos lustros, que la crianza y educación de los padres, sobre todo en los primeros años de vida, pero también más allá, en la segunda infancia, cuentan con unas consecuencias que duran toda la vida.
Dicho de una forma muy directa: nuestra parentalidad, los cuidadores de la escuela infantil, con sus acciones de cuidado, están cambiando físicamente y anatómicamente el cerebro del niño. El cerebro responde para bien o para mal ante aquello que sucede en el ambiente vital y material que le rodea. La familia, la escuela infantil, el barrio, la comunidad, entonces, acaban conformando la arquitectura cerebral.
Las conexiones neuronales adquieren un ritmo de crecimiento exponencial en estos tres primeros años de vida y, en función de los hechos, las palabras, el trato, se encienden los genes que facilitan el mejor desarrollo.
El Center on Developing Child, de la Universidad de Harvard, habla de 1 millón de nuevas conexiones (1.000.000) cada segundo y la calidad (florecimiento) o el malogro (desperdicio) de estas conexiones están en nuestras manos. Las manos de padres y cuidadores.
Comer, jugar, amar
No son verbos elegidos al azar, son palabras llenas de significación. En los niveles más altos de la pediatría y de la neurología se habla del nurturing care. Su traducción rápida sería cuidado nutricio. Es todavía una traducción literal que debería ser afinada con adjetivos como cuidado atento y cariñoso.
Y de nuevo no se habla en términos poéticos. El cariño y la atención en estos primeros años de vida, y en la segunda infancia, contribuyen al mejor desarrollo psico-evolutivo; humanizan, hacen florecer al hombre y a la mujer que están ya en el niño inscritos. Sin la adecuada atención de los cuidadores (padres o maestros), sin protección, sin una oportuna estimulación, sin el juego, etc., las mejores conexiones neuronales no prosperan.
Y así lo reflejan las imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus iniciales en inglés) en las que se perciben los cerebros infantiles que progresan y los que padecen todo tipo de privaciones.
Lo que sabía intuitivamente la psicología del apego seguro (Bowlby, Ainsworth) desde hace muchas décadas hoy es posible visualizarlo anatómicamente, es decir empíricamente.
De ese modo se puede comprobar cómo determinadas regiones cerebrales se comportan de diferentes modos en diferentes situaciones y biográficas y ambientales. Lo innato ya no es inamovible, la genética baila al ritmo que le propone la experiencia.
La construcción cerebral es tan vital que no solo hemos de ocuparnos de los cuerpos de los niños, y cualquier madre sabe lo que hay que hacer, sino que también hemos de ocuparnos de sus mentes, de los afectos con palabras y gestos.
No es suficiente alimentar y cobijar, proteger del frío cuidando la salud de lo más visible: el cuerpo exterior. Hay que prolongar los cuidados hacia lo invisible para los ojos, allí donde habita una mente muy delicada y moldeable, modulable, estimulable.
El estrés y el maltrato
Incluso niños, del primer mundo, con una buena nutrición pueden sufrir bajo los efectos de un estrés invisible si no cuentan con el afecto y la atención de unos cuidadores previsibles, regulares y con capacidad de respuesta a las señales y demandas que el niño emite, solicita, reclama. Todo lo cual no excluye cuidar al niño también exigiéndole cordial y calurosamente pasos en su autorregulación.
Desde que el niño nada y comienza hablar puede ya actos de autonomía y darse órdenes para crecer armónicamente. Algunos creen en esta línea que mimar es cuidar. Es al revés cuidar es empujar al niño hacia la autosuficiencia en el juego, en la higiene, en el sueño. Casi se podría decir que unos padres sobreprotectores estarían tratando erradamente a su hijo.
El 60% de los niños maltratados son agredidos por familiares
Pero hablemos también de experiencias auténticamente negativas que pueden marcar el cerebro del niño. Ante la experiencia de la adversidad severa se activa en las cuerpos y los cerebros de los niños una respuesta biológica que se convierte en un estrés tóxico (y que tiene que ver con una secreción elevada y crónica de cortisol, la hormona del estrés) que deja marcas dado que está incidiendo negativamente en el desarrollo neurológico.
Y hay que afirmarlo: ¡Aunque no lo veamos el niño vive bajo el estrés, aunque no lo pueda reflejar y verbalizar en quejas, padece agudamente! Y estos déficits afectan a la sinaptogénesis y se traducen en retrasos físicos, mentales y conductuales. Se traducen también en riesgos para la salud en planos como el crecimiento, el ritmo cardíaco, el plano respiratorio y también en el sistema inmune, etc.
A veces la incertidumbre y el conflicto proceden de la calle, la pobreza por la crisis y la carencia de trabajo, quizá un desastre como unas inundaciones; en muchas otras ocasiones el conflicto está en la incompetencia dentro del hogar que acaba en un niño subestimulado y por ello mismo sutilmente dañado psicológicamente en su conducta y anatómicamente en el plano cerebral.
*Publicado por aleteia.org