Por Lucía Gherardi/FamilyandMedia.eu – 02.07.2021
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El motivo de sentirme especialmente sensible al malestar que, en estos momentos, experimentan nuestros jóvenes es porque dos hijas mías pertenecen a la generación tristemente conocida como «Generación Covid», formada por adolescentes y preadolescentes.
Ciertamente hay y ha habido situaciones similares o peores que ésta, basta pensar en situaciones de guerra, de hambrunas o de extrema pobreza. Pero en el mundo occidental, que había acostumbrado a los jóvenes a una comodidad y seguridad excesiva, la de la «generación Covid» se está convirtiendo en una emergencia dentro de la emergencia.
“Solo” ha pasado un año desde el comienzo de la pandemia, que hizo sufrir a los jóvenes privaciones drásticas, dándoles la sensación de que perdían los mejores años sin poder vivirlos, y ahora llega la angustia del futuro, reflejada en la pregunta que les atormenta: «¿Terminará esto alguna vez?»
El espectro de la depresión
Estudios recientes, incluyendo uno del PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), han analizado el efecto de la pandemia en los estilos de vida y el bienestar de los jóvenes: destacan un aumento de los síntomas depresivos en adolescentes y preadolescentes. Aumentan las fragilidades psicológicas y los fenómenos auto lesivos, junto con los trastornos alimenticios y el desarrollo de adicciones; en la mayoría solo se experimentan problemas de sueño, ansiedad e irritabilidad.
La interrupción de la rutina ha destruido la sensación de estabilidad. Por los límites para poder ver a sus compañeros y sin clases, punto de referencia para construir relaciones positivas, los chicos aumentaron el tiempo pasado delante de un monitor chateando, jugando videojuegos o simplemente sin hacer nada. Muchos no salen a la calle ni una hora diaria, holgazaneando, vacíos de cualquier motivación; a las chicas se les quitan las ganas de maquillarse y estrenar vaqueros nuevos: “¿Quién me va a ver?”
Al principio, en la ola de adrenalina generada por la novedad de la pandemia, hacían gimnasia en el salón de la casa, siguiendo al entrenador en YouTube, ¡y era divertido! Pero ahora, al cabo de un año, han perdido también el sabor de la novedad y se rinden. Por esto, aumentan los casos de depresión, que en muchos casos es silente: la intentan esconder para no preocupar a los padres o por una especie de vergüenza y pudor.
Al carecer de esa rutina con la que, hasta ahora, los chicos alimentaban su existencia, se apodera de ellos la melancolía, el miedo y la sensación de precariedad. Les falta la vida cotidiana hecha de rutinas, de cosas sencillas, pero que llenan -¡porque es su vida!- y que, a menudo, los adultos subestimamos o consideramos sólo cosas de jóvenes.
Es hora de preguntarnos si los adultos entendemos bien a nuestros hijos, si los estamos observando con atención, si comprendemos lo suficiente su mundo interior. Tal vez no lo logramos, porque no tenemos valor, porque en el fondo sus miedos son también los nuestros.
La familia como recurso: seis sencillos consejos de Unicef
Es aquí donde los padres, padre y madre, juegan un papel fundamental, creando un espacio de relación protegido en el que hay el bendito riesgo de equivocarse y de exponer las propias fragilidades y ansiedades. Padres que escuchan, entienden y aceptan el dolor de sus hijos, estimulando la aceptación de adaptarse. Los padres son el mejor modelo, y el hogar, el mejor sitio para aprender la facultad de adaptación.
Hay que convertirse en padres y madres fuertes, que enseñan con el ejemplo cómo hacer frente a las emergencias. En primer lugar, los adultos tenemos que dejar de quejarnos, y redescubrir el sentido de la privación. Enseñemos a nuestros hijos que la carencia de algo nos hace apreciar aún más su valor cuando lo encontramos, y nos empuja a ser creativos en la búsqueda de nuevos recursos y significados. Consideremos que el crecimiento maduro no es lo que aparece en un mundo confortable y, en lugar de quitar las piedras del camino de nuestros hijos, debemos estar a su lado cuando caigan, para mostrarles cómo levantarse, porque un camino de crecimiento nunca es lineal ni está libre de tortuosidades.
Coraje creativo, no victimismo
Esforcémonos también por presentar modelos positivos de creatividad, como la iniciativa de una profesora italiana que invitó a sus alumnos a contar cómo vivieron la pandemia, y luego recogió esas experiencias en un libro. O el ejemplo de muchos jóvenes que se han dedicado a actividades imaginativas, como los que han creado un grupo de música para tocar en una plataforma virtual, o los que improvisan como directores de cine montando cortometrajes, o quienes se han dedicado a un proyecto para crear una nueva marca de ropa.
Sin disminuir la gravedad del fenómeno del aumento de casos de depresión juvenil, al contrario, vigilando con atención e interviniendo con prontitud ante las primeras señales de malestar, procuremos no victimizar a toda una generación y enseñemos que las dificultades se superan enfrentándolas, convirtiendo un período crítico en una oportunidad, sacando provecho de lo que tenemos, sin añorar lo que nos falta. Y, ante todo, digámosles que están poniendo en práctica la mayor forma de amor: hacer renuncias por el bien de la comunidad, por el bien de los demás, empujándolos a una revolución copernicana en un mundo que había puesto el «yo» en el centro.
Explicaremos a nuestros jóvenes un nuevo modo de mirar: el otro, que antes era mi límite, es ahora mi salvación, porque es pensando en su bien como realizo mi bien; por lo tanto, las restricciones impuestas no restringen mi libertad, sino que la expresan al máximo, ya que la libertad está dirigida siempre al bien.
*Colaboración de www.FamilyandMedia.eu para LaFamilia.info