Familia, adolescentes y consumo de drogas

José Luis Sancho Acero / 18.05.2009

Los estudios sobre drogas señalan tres grandes grupos de factores que intervienen en el consumo o en la prevención: factores personales, sociales y familiares.

 

La familia centrándonos en el último grupo es un agente clave en la prevención de conductas de riesgo ya que en ella, como ámbito natural de socialización primaria de la persona, se desarrollan los comportamientos, actitudes y valores básicos que el individuo perfeccionará a lo largo de su existencia.

 

La experiencia muestra que las interacciones que se producen entre los miembros de una familia acaban repercutiendo en su funcionamiento general. La piedra lanzada al lago y las ondas que van recorriendo toda la superficie del agua es una socorrida metáfora de cómo actúan las interacciones en el sistema familiar.

 

 

¿Pero cómo puede influir la familia en conductas de consumo de drogas de sus miembros adolescentes? Sin perder de vista que la adolescencia, como etapa evolutiva específica, se convierte en un periodo que favorece la experimentación con sustancias. La percepción de su invulnerabilidad, característica del adolescente, puede inducirle a probar sustancias peligrosas en un estado anímico de aparente control o de ausencia de problemas

Previamente, conviene recordar algunos conceptos sobre la utilización de las drogas.

 

Modelos de consumo


El consumo de sustancias puede responder a los siguientes patrones:

  • – Uso: Consumo que no produce consecuencias negativas en el individuo porque no las utiliza habitualmente o las cantidades ingeridas son mínimas.
  • – Hábito: Consumo repetido que, aunque no implica el incremento de la dosis, sí puede conducir a la dependencia.
  • – Abuso: Uso excesivo o inapropiado de una sustancia.
  • Los adolescentes españoles que consumen drogas se mueven entre el uso y el hábito, y no tienen por qué estar relacionados con el mundo de la marginalidad y la delincuencia, como ocurría en los años ochenta. En la actualidad, el consumidor adolescente de drogas apenas consume heroína, que es la sustancia más estrechamente relacionada con entornos de marginalidad social.

Tipo de sustancias


Según el Plan Nacional de Drogas, en lo que se refiere a las sustancias legales, en el año 2000 un 68’5% de los adolescentes consumió alcohol y un 25’3% tabaco. Entre las drogas ilegales destaca el cannabis con un 28’5% de jóvenes que lo habían probado, seguido de la cocaína y de las drogas de diseño. Frente a patrones tradicionales de consumo, que primaban una sustancia principal en alternancia con esporádicas pruebas con otras, los adolescentes actuales son policonsumidores: suelen ingerir diversas sustancias en función del contexto de ocio en el que se encuentren.

 

Factores de riesgo en las familias

 

Los estudios sobre factores de riesgo asociados al consumo, señalan los siguientes factores relacionados con la familia.

 

Sobreprotección: Exceso de protección por la angustia que sienten los padres ante unos hijos cada vez más autónomos. Ésta produce en el adolescente poca autonomía, irresponsabilidad, escaso sentido crítico y dificultad para tomar decisiones ya que en todo momento va a necesitar la aprobación, deseada o no, de sus progenitores. Un adolescente que acaba asumiendo las consecuencias de esta sobreprotección puede presentar una seria dificultad para establecer relaciones grupales o hacerlo de forma dependiente, porque estará excesivamente vinculado a sus padres o asumirá que él, como individuo, debe ser objeto de aprobación en toda relación y tratará de cumplir expectativas aunque no tengan nada que ver con su escala de valores.

 

Falta de comunicación: Dificultad para escuchar o responder adecuadamente por parte de los padres. El adolescente suele quejarse de lo «poco comprendido» que es por sus progenitores, pero no es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos de esa dificultad en escuchar o responder. El problema aparece cuando el adolescente, por su lado, y los adultos, por el suyo, perciben que se mueven en mundos totalmente incomprensibles para el otro. Entonces los padres tienden a establecer un paralelismo continuo entre sus experiencias y las que no acaban de entender en su hijo. La situación genera introversión, inseguridad y ansiedad en el joven puesto que percibe que su mundo emocional es cuestionado constantemente. Que el adolescente asuma esto como natural supondrá dependencia en las relaciones sociales, problemas de integración y excesiva subordinación al grupo ya que necesitará ganar ese lugar que no encuentra en su familia.

 

Dificultad para fijar límites: La permisividad o rigidez de los adultos son igualmente dañinos para el adolescente y aún más nociva será la oscilación entre ambos sin un motivo definido. La permisividad acarrea dificultades para interiorizar normas debido a que la ausencia de ellas en el entorno familiar impedirá, al no comprender su necesidad social, la generalización a otros medios. La rigidez genera falta de flexibilidad en el cumplimiento de las normas o una tendencia a la transgresión de las mismas, además de condenar al adulto a una actividad permanente para normativizar todo. La oscilación entre ambos extremos expone al adolescente a una situación de indefensión, en la que no sabe qué es lo que se espera de él. Esto se traduce en un liderazgo impositivo o en una inhibición relacional, dos extremos desequilibrados y despersonalizantes que impiden que el sujeto se manifieste como realmente es.

 

Situación familiar conflictiva: La relación conflictiva entre los padres produce cambios bruscos de comportamiento e incremento de la ansiedad en los hijos. Aunque el proceso evolutivo del adolescente le lleva a diferenciarse de su familia, ésta sigue siendo -aun por contraposición- la referencia central en su proceso de maduración. Una relación familiar conflictiva conlleva en el adolescente la dependencia del grupo que así intenta conseguir su amparo o la dificultad para establecer relaciones grupales que eviten el compromiso relacional que tanto dolor le causa en su familia.

 

Consumo excesivo de drogas por parte de los padres: No nos referimos exclusivamente a las drogas ilegales, el alcohol consumido por los padres puede ser una importante fuente de problemas en la familia. Asimismo hay que enfatizar que una actitud permisiva o el mismo consumo de sustancias tóxicas en los progenitores puede promover un aprendizaje por modelado y facilitar la incorporación del adolescente a grupos de consumidores.

 

Sobreexigencia: Exceso de expectativas sobre el adolescente. El afán de que los hijos obtengan éxito y logren las mejores oportunidades puede ocultar a los padres las verdaderas capacidades, necesidades y deseos de sus hijos. Y, en consecuencia, quizá estos pueden llegar a sentirse infravalorados. La sobreexigencia favorece la falta de motivación y añade dificultades para aceptar los fracasos. En las relaciones sociales, podría implicar rivalidad porque el joven sometido a sobreexigencia tenderá a pensar que se es bueno si se es mejor que otro.

 

Todos estos factores citados se correlacionan con el consumo de droga pero no lo implican necesariamente. Aun en el caso de que se diesen todas estas situaciones, el muchacho expuesto a ellas no está abocado a consumir, ni tan siquiera a probar, sustancias tóxicas. Es decir, no puede negarse la influencia de los factores de riesgo en el entorno familiar, pero no son los únicos, estos confluyen con otros factores individuales y sociales en el inicio y mantenimiento de las conductas de consumo.

 

¿Cómo proteger dentro de la familia?

 

No existen fórmulas magistrales para evitar el consumo de sustancias en los hijos adolescentes. Cada adolescente es diferente. Nada arreglará que hablemos de las drogas con nuestros hijos si antes no hubo un acercamiento sincero a su mundo emocional y el deseo de hacerles notar que pueden contar con nosotros cuando lo deseen y necesiten. Como dice Jaume Funes «no habrá posibilidad de ayudarles [a los adolescentes] cuando tengan problemas con el consumo de drogas si antes no se les prestó ayuda simplemente cuando tenían dificultades, cuando estaban en crisis»

 

En todo caso siempre podemos reconocer el mayor número de los factores de riesgo en nuestro ámbito familiar y transformarlos en factores de protección:

 

Protección orientada a la autonomía. Estar pendientes para evitar riesgos innecesarios pero pretendiendo que sean ellos los que vayan formando sus propios criterios. Se trata de que nuestro hijo tenga una autoestima alta y equilibrada que le permita desenvolverse sin lanzarse a riesgos innecesarios.

Comunicación. Escuchar desde las necesidades de los adolescentes. Intentar no juzgarles, invitarles a la reflexión y respetar sus decisiones.

Establecer unos límites claros y estables. Ayudarles a ser autónomos no implica permitir que hagan lo que quieran. Los límites producen, entre otras cosas, seguridad.

Coherencia. No podemos pretender que nuestros hijos no consuman sustancias tóxicas si nosotros no somos capaces de no excedernos o de mantener una posición sin ambigüedades al respecto. Los adultos quizá seamos capaces de buscar el equilibrio pero no olvidemos que la adolescencia es una etapa de extremos.

Exigencia. No se trata de pedirles lo imposible, pero tampoco de permitirles desaprovechar sus capacidades e ilusiones.

La información sobre la peligrosidad de las drogas no es suficiente y en ocasiones resulta ineficaz. La labor de los padres ha de estar orientada a establecer vínculos familiares sanos, a ocuparse y no «preocuparse» del ocio de sus hijos e incrementar la autoestima de los adolescentes para que sean ellos, desde su propia seguridad, los que puedan decir: «no».

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