Ángela Marulanda es autora, educadora familiar y coach en temas relacionados con el fortalecimiento de las relaciones familiares y la formación de los hijos.
Su experiencia personal como madre, además de sus estudios profesionales en sociología y consejería familiar, que adelantó en Inglaterra, Colombia y Estados Unidos, la han llevado a destacarse internacionalmente como autora, columnista y conferencista en muchos países. En esta entrevista responde de manera simple y directa las preguntas que todos los padres de familia se hacen -a veces con angustia- en su búsqueda por educar a sus hijos en un mundo cambiante y lleno de dificultades.
¿Por qué hoy en día parece ser mucho más difícil criar a los hijos?
Empiezo por reafirmar que efectivamente lo es. Mientras que en el pasado eso de criar hijos parecía ser como un proceso muy natural en el que los padres espontáneamente daban órdenes y los hijos sumisamente obedecían, el ambiente social de la familia hoy es muy distinto. (…) Si bien en el pasado los hijos obedecíamos a fe ciega lo que decían los padres, simplemente por temor, por conveniencia, o por cualquier razón, hoy los niños nos exigen una explicación válida antes de acatar cualquiera de nuestras instrucciones. Si no les parece, pues dicen que no. Y se defienden con un «no me grites», o «no me maltrates».
Pero la sociedad también ha cambiado. Anteriormente esta estaba organizada en forma autoritaria, autocrática; una sociedad donde había personas superiores que mandaban y personas inferiores que obedecían. (…) Pero la democratización ha llegado a todas las esferas de la sociedad, al punto que todas las personas aspiran a relacionarse de igual a igual y esto ha afectado la familia. Y uno de los principales fenómenos ha sido la liberación femenina; puesto que como las mujeres hemos querido ser consideradas como personas iguales a los hombres en dignidad y derechos, hemos propiciado un ambiente que invitó a la igualdad entre todos los miembros de la familia. De tal manera que los niños hoy en día exigen y demandan no solo el mismo trato sino además los mismos derechos y privilegios de los papás.
A este cambio en la jerarquía de la familia, hay que añadirle la globalización del mundo. Crecimos en ciudades pequeñas en donde todos nos conocíamos, con un contacto personal permanente. Hoy los niñitos están creciendo en un mundo cibernético, en el que los contactos son a través de máquinas y aparatos. Un mundo enorme, en donde los vecinos no se conocen, los abuelos viven en ciudades distintas y la parentela vive muy retirada.
La familia se ha cerrado a papá, mamá e hijos, y no siempre están papá y mamá juntos. Son frecuentes los casos de familias compuestas por uno solo de los padres, la madre y sus hijos; o constituidas en virtud de segundas uniones, donde hay padrastro o madrastra y toda suerte de combinaciones. Familias nuevamente distintas en donde hay una frecuente rotación.
Y algo más, los papás vivimos acosados por la falta de tiempo, contra el reloj, con mil cosas entre la cabeza, con mil frentes que atender y por eso mismo, la calidad de nuestras relaciones con los hijos ha desmejorado considerablemente. Todo esto hace que los niños se hayan convertido en niños cada vez más demandantes, que constantemente quieran que les prestemos atención, en donde el tiempo que pasemos con ellos nunca les va a parecer suficiente.
Para rematar, los niños tienen muchos más estímulos con los beneficios de los avances educativos, lo cual es una ventaja para ellos, pero una complicación para nosotros. Son unos niños mucho más locuaces, despiertos, capaces de unos razonamientos que uno se queda absolutamente aterrado, sin saber qué decirles. Exigen explicaciones válidas, cuestionan nuestras aseveraciones. Para ellos no somos los grandes e infalibles sabios que nosotros veíamos en nuestros padres.
Por todo esto, es absolutamente indispensable prepararnos como padres; una función cada vez más compleja, que no podemos seguir dejando al azar. Si queremos ver un mundo mejor, tenemos que criar mejores personas y eso exige prepararnos con mayor cuidado para esta labor.
¿Qué significa ser buenos padres en el tercer milenio?
La calidad del tiempo con los hijos es el punto fundamental. (…) Es también urgente una mayor participación del padre; éste ha dejado de ser el proveedor único del hogar y con muchísima frecuencia la mamá colabora hasta con el 50%, lo que conlleva una menor disponibilidad de tiempo con los hijos. Esto demanda una mayor presencia del padre en los quehaceres del hogar y el cuidado de los hijos.
Los nuevos estudios confirman que es imperativa la mayor presencia del padre. La figura de identificación masculina es indispensable para el sano desarrollo de los hijos, tanto de los niños como de las niñas… Para ellos, el papá es aquella figura en la que se están mirando como en un espejo para ver qué significa ser hombre, esposo, qué significa la virilidad. Para ellas, son importantes las interacciones de papá y mamá, así como vivir lo que es relacionarse corno mujercitas con un hombre. (…)
La fortaleza de la figura masculina también es básica para ese sentimiento de estabilidad de los hijos. Los niños necesitan sentir que hay un papá que puede protegerlos ante el peligro, orientarlos ante la incertidumbre y respaldarlos cuando se sienten débiles. (…) No podemos olvidar que la empresa más importante para el hombre es su familia, el cargo más importante es ser padre, la función más importante es cuidar y querer a sus hijos.
¿Cómo podemos saber qué tan buenos padres estamos siendo?
Puede uno empezar por hacerse peguntas como: ¿Sabemos nosotros cuál es el mejor amigo de nuestro hijo? ¿Cuál es su personaje favorito? ¿Qué es lo que más le gusta de él mismo? ¿Qué es lo que más le gusta de su mamá? ¿Cuál ha sido el momento más feliz de su vida? ¿Cuál ha sido la experiencia, quizás, más dolorosa o difícil que le ha tocado vivir? Si tenemos las respuestas para estas cosas, sabemos qué tan cerca hemos estado de ellos y de alguna manera, qué tan buenos padres hemos sido hasta el momento.
Se dice que para ser buenos padres es fundamental tener una relación de pareja armoniosa, ¿qué tan cierto es esto?
Le respondo así. Un discípulo se dirigió un día a su maestro y le preguntó: maestro, ¿qué es lo mejor que yo puedo hacer por mis hijos? El le respondió: ama a su madre. Esto significa que la relación en pareja es fundamental para los niños. Muchos padres descuidan la relación de pareja porque se dedican ante todo a ser papás. (…) Pero si del bien de los hijos se trata, hay que tener en cuenta que su sano desarrollo emocional exige calidad y profundidad en la relación de sus padres. Saber que los papás se aman y que tienen un matrimonio sólido les da a los hijos una profunda sensación de estabilidad y seguridad. Es difícil vivir en un hogar donde se confunde el afecto con el resentimiento, con la indiferencia, con el conflicto, generando una angustia enorme. Además, el niño copia de sus padres el modelo de relación conyugal que establecerá. Esto significa que nuestra relación de pareja es el “manual de la vida conyugal” de los hijos, que regirá sus relaciones de pareja a la hora de establecer su hogar.
Igualmente, cuando los padres son distantes o indiferentes entre sí, los hijos desarrollan sus conceptos acerca de lo que es la vida marital a través de las distorsionadas figuras que les ofrecen los medios de comunicación, las novelas, las revistas y las películas, en las que la vida de pareja se presenta ante todo como una unión de conveniencia temporal y sin compromisos, medida por el goce de la actividad sexual. Desarrollar un matrimonio sólido y perdurable es una tarea que exige mucho esfuerzo, dedicación e interés de ambas partes.
¿Cuál sería la mejor forma para tener una buena relación con los hijos?
La forma como los padres ejercen la autoridad en la familia determina el estilo de relación que establecen con sus hijos. Están los padres autoritarios. Su desventaja es que con sus actitudes comunican un cierto rechazo, que los hijos interpretan como falta de amor, les crean dudas sobre su valor personal y sus capacidades. (…) Se vuelven inflexibles, dogmáticos, y mientras exigen respeto por parte de sus hijos, les faltan al respeto todo el tiempo. Su trato es severo, distante y muchas veces abusivo.
No olvidemos que los padres debemos ser amor, guía y herramientas. El amor es el impulso vital en el transcurso de su vida; la guía es algo así como la brújula; y las herramientas son todas esas cualidades, destrezas y habilidades que les permiten andar ese camino y superar los obstáculos que pueden encontrar en su trayectoria. (…)
Están los padres sobreprotectores, actitud que es mucho más frecuente entre las mamás, quienes comunican afecto e interés, lo cual lleva a los hijos a sentirse amados y les brinda alguna guía para su camino. Falla en el desarrollo de las herramientas que necesitan para poder hacer su trayectoria (…)
Por último, tenemos el estilo permisivo que, yo creo, por su comodidad, suelen aplicarlo padres demasiado laxos con sus hijos, que permiten todo, justifican todo, dan gusto en todo… mejor dicho, no ponen límites y siempre se están disculpando. (…) Este tipo de papás, si bien puede que les comuniquen por lo menos un poquito de amor a los hijos, definitivamente no son guía y menos aún les dan herramientas. (…)
Los hijos de este tipo de padres suelen caracterizarse por ser personas que no conocen límites, que no aprecian el esfuerzo ni lo saben hacer y que en el fondo del alma no se sienten profundamente amados. Por lo tanto, se sienten abandonados, son niños que con mucha frecuencia se dan cuenta que sus padres no los aman, porque no les importa lo que ellos hagan o dejen de hacer.
Es importante recordar que amar a los hijos no es darles gusto en todo, sino hacer lo que es más conveniente para su formación, así no sea lo más agradable para ellos o para nosotros.
Si no es aconsejable ser sobreprotector, permisivo o autoritario, ¿cómo debemos ser los padres del tercer milenio?
Desde finales del siglo pasado se ha venido hablando del estilo eficaz para ser padres corno el estilo más apropiado. La palabra eficaz es muy fácil confundirla con la palabra eficiente, que es quizás lo que más vemos hoy en día en los padres, quienes hacen muchas cosas por su prole, pero en el esfuerzo de hacer tanto no hacen lo que es apropiado. Ser padres eficaces no es hacer mucho, sino hacer lo que es justo y conveniente para los hijos. (…)
Los padres eficaces se caracterizan, entre otras cosas, porque saben expresarles su amor a los hijos y los tratan con cariño, amabilidad y respeto, al mismo tiempo que aceptan su individualidad y sus capacidades, pero sin dejar de ponerles límites. Permiten que los niños tomen decisiones dentro de ciertos opciones permisibles y les enseñan a ser responsables por las consecuencias de sus actos. Fijan normas claras de comportamiento y velan estrictamente por su cumplimiento, a la vez que dan ejemplo de ellas al estarlas cumpliendo. Por último, quizás una de las cosas más importantes, es que cumplen lo que prometen, sin perdonar la sanción establecida cuando los niños infringen una norma, o sin dejar de dar aquel reconocimiento que ofrecieron cuando se lo merecen.
A la vez, este tipo de padres reconocen los esfuerzos y el progreso de los niños y están más centrados en estos que en los logros y en los honores que los pequeños puedan lograr. En otras palabras, estos padres saben que la presencia, el amor y el ejemplo que les den a sus hijos son fundamentales para formarlos como personas sanas y responsables, y por eso están dispuestos a darle al matrimonio, a su familia y a su labor de papás una absoluta prioridad.
Típicamente los hijos de este tipo de padres son niños que se sienten seguros, satisfechos y a gusto consigo mismos; es decir, que gozan de una muy buena autoestima porque saben que son importantes para sus padres y por lo tanto, no necesitan estar siendo el centro de atención y constantemente aprobados por quienes los rodean. Son menores que les agrada estar en familia, que aceptan que se les corrija o aconseje sin sentirse menospreciados, que no le temen al fracaso, que no ven sus fallas como una deficiencia personal y que saben tomar decisiones y responder por las consecuencias de las mismas. Suelen ser personas útiles, colaboradoras, positivas, responsables, es decir, ese tipo de personas con quienes todo el mundo quiere estar.
¿Cuál es la cualidad más importante para ser un buen padre?
No hay duda de que para ser buenos padres se necesitan muchísimas cualidades: paciencia, ecuanimidad, comprensión, disciplina, flexibilidad, tolerancia y otras tantas. Pero sin duda alguna, la más importante para formar hijos dotados de todas las virtudes y capacidades que les permitan llegar a ser unos buenos seres humanos, es ser padres valientes. Es decir, tener la fortaleza necesaria para hacer lo que más les conviene a los hijos por duro que pueda parecernos. (…) Por ejemplo, se necesita mucho valor para no recibir al pequeñín que llega a la cama diciendo quiero dormir contigo. Se necesita mucho valor para no llevarle al niñito la tarea que se le olvidó, así esto implique que pierda la materia. También se necesita mucho valor para no darles nada más de lo que estrictamente se merecen, así nos rueguen y nos enloquezcan. Para no ayudarle a hacer el proyecto escolar que no preparó a tiempo, así esto implique que pueda ser reprobado en el año escolar. Para no permitirle que vaya a ese paseo, a esa fiesta o a esa discoteca donde no habrá supervisión suficiente para ellos. Y por último, se necesita ser valientes para no pagar la fianza y sacarlo en un momento dado de la cárcel o de cualquier problema en que se haya metido, porque es así como aprenderá que sus errores tienen amargas consecuencias.
Lo que más necesitan los hijos no son padres complacientes que estemos dedicados a darles gusto en todo, sino padres valientes capaces de cuestionarnos, de tener la fortaleza para comprometernos tan seria y profundamente en la formación de nuestros hijos, que haremos todo lo que es preciso para formarlos como personas correctas, por difícil o doloroso que pueda resultarnos. (…)
¿Cómo pueden las madres que trabajan ser eficaces en la crianza de sus hijos?
Hay muchas mujeres que quisieran, quizás, quedarse en sus casas y que a lo mejor hasta podrían, pero sucumben ante la presión de una sociedad que valora el desempeño profesional y la capacidad de producir como algo importante para ratificar la valía personal.
El ser una madre que se queda con gusto al cuidado de los hijos en el hogar, les ofrece a los niños enormes ventajas. Se ha visto, por ejemplo, que los niños cuyas mamás se hacen personalmente cargo de criarlos rinden mejor en los estudios, tienen mejores relaciones interpersonales y en general, son más seguros de sí mismos, siempre y cuando las relaciones entre madres e hijos sean sanas y enriquecedoras. Pero este no es el caso de aquellas mamás que se quedan al cuidado de sus hijos muy a pesar de ellas, sintiéndose sacrificadas y víctimas porque tienen que pasar todo el día y todas las semanas pendientes de «estos niñitos que me van a enloquecer». Este tipo de madres, la verdad, le aportan poco al bienestar de sus hijos.
A la vez, las madres que trabajan también les ofrecen ciertas ventajas irrefutables a los niños. Una mujer profesional, laboralmente realizada, puede aportar mucho más a su hogar, no sólo en lo económico, sino también en lo emocional. Se ha visto que las mamás que trabajan tienen, a menudo, más confianza en sí mismas y por ello tienen actitudes más positivas y enriquecedoras para transmitir a los hijos. (…) Sin embargo, el estar en esta posición de ser madres profesionales o que laboramos fuera de la casa, nos obliga a establecer unas prioridades con mucho cuidado y concentrarnos en aquellas cosas que consideramos indispensables.
Pero por esto debo insistir en la importancia de la participación activa del padre en el hogar, como hemos dicho anteriormente. Cuando uno es una mamá que trabaja fuera del hogar, necesita ese papá presente haciendo las cosas a su manera y colaborando. Es decir, trabajando conjuntamente en las tareas de la casa.
Una de las mayores dificultades cuando trabajamos, sin duda alguna, son los sentimientos de culpa. Las mamás que laboramos fuera del hogar tenemos una carga de culpabilidad enorme, sintiendo que si trabajamos estamos fallándoles a los hijos. Y no necesariamente es así, a veces nuestra participación económica, como lo he dicho, es indispensable y eso mismo hace que tengamos que hacerlo, bien queramos o no. (…)
Para poder lidiar con toda la culpabilidad que nos genera el hecho de ser madres trabajadoras, es importante redefinir lo que es esa culpabilidad. Culpables son solo aquellas personas que deliberada e intencionalmente hacen algo para perjudicar a otra persona y ese no es el caso de una madre que trabaja. Entonces, evaluemos si lo que estamos haciendo finalmente no es para beneficio de nuestros hijos y de nuestra familia. Y apreciemos que todos estos esfuerzos redundarán en beneficio también de nuestros hijos, si nosotros sabemos darnos el reconocimiento que implica este doble esfuerzo de ser madres y de ser profesionales a la vez. Por eso mismo, debemos dedicarle, tanto al trabajo como a la labor de ser madres, toda nuestra energía, toda nuestra alma, para que nuestros hijos crezcan convencidos de que, a pesar de que su mamá trabajó, tuvieron un hogar maravilloso con ella.
Recordemos que no hay mejor contribución ni éxito más gratificante que aportar a la sociedad unos hijos llenos de entusiasmo y amor por la vida y por sus semejantes, lo cual es resultado, ante todo, de sentir que cuentan con la garantía del amor de sus padres.
Fuente: GRUPO EDITORIAL NORMA