Cinco formas en que las redes sociales y los videojuegos preparan el terreno a la pornoadicción

Carmelo López-Arias / ReL – 03.11.2021


foto: freepik

«La adicción a la pornografía es secreta, pero las consecuencias no lo son: ha destrozado mi vida», le dijo uno de sus pacientes a María Hernández-Mora, psicóloga clínica especializada en adicción sexual en el hospital Simone Veil de París.

Lo cuenta ella misma en el prólogo del libro La trampa del sexo digital, de Jorge Gutiérrez Berlinches, una obra que aborda de frente este problema con características de epidemia. Según el Informe Juventud en España 2020, publicado en marzo de 2021, el 50% de los hombres entre 15 y 29 años ven pornografía al menos una vez por semana.

Evidentemente, ver pornografía no es lo mismo que ser adicto a ella, pero como señala el autor del libro, su problema de fondo es que el mero consumo ya produce una ruptura interior «entre sexualidad e intimidad, entre placer y afectos, entre respeto y cosificación». Y donde hay una ruptura interior, los riesgos de desequilibrio psíquico o psicológico se multiplican.

El autor aclara que con su libro no se trata, ni de alarmar innecesariamente ni de desesperanzar, porque «siempre hay salida». El libro habla de ellas. Enseña a los padres a detectar comportamientos adictivos en sus hijos, pero también, en el caso de un adulto, a analizarse a sí mismo para saber si de una forma u otra está ‘enganchado’ a esa práctica. Y ofrece soluciones muy prácticas para combatir el consumo o, según el caso, acudir a un profesional.

1. El «sexting»

El sexting (de sex y texting) consiste en el envío a través de dispositivos móviles de material sexual audiovisual. En España, el 20% de los niños de 11 y 12 años ha practicado sexting, y el 45% de los adolescentes entre 15 y 16 años ha recibido mensajes sexuales.

Independientemente de otras consideraciones, el problema que esto supone para los menores (‘nativos digitales’) es que para ellos la comunicación a través de redes sociales es una forma aceptable de conocerse, algo que para generaciones anteriores tendría un valor secundario.

«Estamos ante una confusión evidente entre el mundo real y el virtual», lamenta Jorge Gutiérrez, que lleva a muchos jóvenes a «compartir su intimidad con alguien no merecedor de ello».

Tener a tan temprana edad una experiencia de esta naturaleza deforma la interpretación del sexo en un sentido facilitador de la aceptación de la pornografía.

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2. TikTok, la sensualidad y la búsqueda del like

Según datos de 2018, el 90% de los jóvenes españoles tiene un perfil en redes sociales, y la mitad tiene más de 250 contactos. Es obvio que lo que se comparte con todos ellos se comparte con innumerables personas desconocidas. Sin embargo, eso no detiene sino que acelera la caza de likes, emblema del triunfo en este ámbito de comunicación y «nueva droga digital».

Y no hay nada más eficaz para el like que la sensualización del contenido.

En este sentido, TikTok ha supuesto una revolución, en particular entre los preadolescentes. Aunque los contenidos son muy variados, «el algoritmo parece centrarse siempre, qué casualidad, en chicas guapas, jóvenes y con poses más o menos sensuales». Una menor reconocía a Pablo Duchement, perito judicial e ingeniero informático, que «cuanta más carne enseñaba» más seguidores conseguía.

La sexualización de los selfies es un pasaporte seguro al like, y deja al descubierto la contradictoria actuación de las redes, que «premian lo erótico pero censuran la desnudez».

3. El efecto desinhibición on line

Mary Aiken, ciberpsicóloga, apunta como una característica de la relación con internet el llamado «efecto desinhibición online», en virtud del cual «la información personal privada es expuesta de un modo mucho más fácil que en un encuentro presencial, cara a cara». Esta desinhibición se debe a la falta de autoridad, al anonimato y a la sensación de distancia física.

Por eso, a pesar de que enviar una foto personal comprometida (como en el sexting) o exhibirse en un video que se hace público, son actos desnudan nuestra intimidad a perpetuidad y nos quitan para siempre el control sobre el material compartido, son percibidos por el adolescente con «una cierta seguridad emocional» porque la distancia física «sirve de amortiguador».

«Se produce una cierta ilusión de que el mundo virtual es más seguro que el real», explica Jorge Gutiérrez, «y que el contacto online tiene menos riesgos que el contacto real». Además de un gigantesco error de percepción de consecuencias devastadoras, es toda una predisposición hacia la pornografía como sustitutivo de relaciones personales.

4. La especialización en las aficiones

Es un efecto que en inglés se denomina online syndication: la facilidad que ofrece internet para contactar con personas de intereses similares a los propios, algo que, si son muy específicos, solo se consigue personalmente en las grandes urbes.

Esto no es de por sí malo, todo lo contrario. Si esa afición es legítima e inofensiva pero muy particular, «de repente dejo de verme como alguien especial, extraño, y normalizo mi querencia por lo que me gusta».

‘Normalizar’ es la palabra clave. Porque no se aplica solo a aficiones legítimas e inofensivas, también a parafilias y prácticas sexuales degradantes. Y además, subraya el autor, «el vínculo que se establece con otra persona es más fuerte cuanto más específico sea el motivo que une».

Eso fomenta el vínculo entre un joven (o adulto) que busca en la pornografía fantasías aberrantes y el propio consumo que las normaliza, favoreciendo así la adicción.

5. Los videojuegos

Aunque la adicción a los videojuegos constituye un problema distinto al de la adicción a la pornografía, no son tan distantes. La Universidad de Stanford llevó a cabo un estudio, dirigido por el psicólogo Philippe Zimbardo, de la relación entre ambos consumos entre 20.000 jóvenes. Una de las conclusiones fue que la pornografía se consumía como ‘descanso’ entre juego y juego, dado que éstos exigen concentración y las largas horas dedicadas producen cansancio.

Otro aspecto predispositivo de los videojuegos a la pornografía es que en ambos «la recompensa es buscada con la continua estimulación» y abundan los escenarios y opciones y por tanto la sensación de poder y libertad.

No hay ‘porno bueno’

Gutiérrez concluye afirmando que, independientemente de que haya adicción o no, no existe lo que algunos intentan vender como «porno educativo, porno feminista, porno ético o porno saludable», porque «la intimidad, los afectos, la comunicación y el respeto son necesarios en toda relación sexual», y mostrarla a terceros conlleva siempre riesgos.

La esperanza es que empieza a haber conciencia de ello y de que «hay un placer mayor que el porno: salir de él y apostar por una sexualidad sana, por el amor».

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