Un matrimonio, como cualquier cuerpo sano, puede sufrir enfermedades. Así como para el cuerpo, para una unión conyugal “enferma” también existen terapias y “médicos” que en este caso son los consultores familiares, psicólogos, amigos, sacerdotes, etc., que puedan devolver la “salud” al matrimonio en crisis.
En el matrimonio se dan enfermedades de diversa intensidad. Los momentos más álgidos pueden llevar a insultos, al cierre de todo diálogo, incluso a la salida de él o de ella para pasar varios días en casa de otros familiares o amigos.
En los últimos años el número de separaciones y crisis dentro del matrimonio ha aumentado desmesuradamente, hasta el punto que muchas parejas tratan de buscar soluciones a sus problemas de comportamiento por medio de ayuda profesional.
Conviene aplicar en la vida matrimonial, dos consejos fundamentales de toda la medicina: la prevención y la curación. A veces la prevención consistirá en no tocar un tema espinoso. En otras ocasiones habrá que encontrar un momento adecuado para tender un puente.
Intervención curativa
Habrá otros momentos en los que será necesaria la intervención curativa. En algunas ocasiones, bastará con una medicina sencilla: un poco de silencio, ceder, pasar una notita escrita para pedir perdón, poner sobre la mesa un tema difícil y doloroso para aclarar lo sucedido, aunque eso cueste tragar mucha saliva…
Otras veces, sin embargo, se exigirá una operación más profunda, habrá que recurrir al “cirujano”. Cortar, limpiar, añadir nueva sangre por medio de transfusiones, incluso realizar un “trasplante de corazón” para que el viejo, ya incapaz de amar por la pesada carga del aburrimiento o por rencores alimentados todos los días, reciba nuevos bríos.
Pueden darse situaciones en las que se piense, como última solución, la separación. Pero, si seguimos con la analogía de la salud, veremos que esta medida es algo así como la aceptación de la muerte: dejamos de buscar el difícil camino de la medicina para dejar que la enfermedad destruya lo poco sano que quedaba en pie.
Nunca puede ser solución para la falta de amor el romper definitivamente una aventura que siempre puede volver a partir con nuevas velas hacia mares todavía desconocidos. Hoy que se habla tanto de la eutanasia, conviene reencontrar el auténtico sentido de la medicina: curar y ayudar. También los matrimonios deben superar la tentación de la muerte provocada, la desgracia del divorcio. La auténtica terapia matrimonial salvará así muchas promesas de amor, acrecentará el amor que permite vivir las promesas. Para nuestro bien y el de nuestros hijos.
Terapias individuales y de pareja
El abordaje más común para los problemas de pareja, ha sido hasta ahora, la terapia individual: terapia o análisis de cada uno en forma sucesiva por el mismo terapeuta, terapia realizada paralelamente por dos terapeutas (con consultas periódicas entre ellos) y ocasionales sesiones cuadrangulares, grupoterapia de pareja, cónyuges en grupos separados y terapia con la pareja y las familias de origen.
Para El Dr. Andolfi, profesor de la Universidad «La Sapienza» de Roma, es tan importante saber lo que ocurre al interior de la gente, como lo que ocurre en la relación: “Hay 3 pacientes: el marido, la mujer y la relación”; por esto la terapia puede enfocarse dinámicamente en uno o en otro.
Andolfi considera como meta de la terapia que acepten la existencia de expectativas irracionales sobre la relación derivada de la familia de origen, comprendan mejor al compañero, enfrenten sus propias necesidades, mejoren la comunicación, se gusten un poco más y hayan aprendido a afrontar los problemas que surgen entre ellos.
La mayoría de las personas que inician una terapia lo hace para cambiar a su pareja: esperan el momento de contar a un profesional lo enferma, irreflexiva y descariñada es su pareja. En estos casos, no se acepta la sugerencia de que cada uno debe asumir la responsabilidad del cambio y el no encontrar al árbitro, suele ser un motivo frecuente de deserción.
La idea de cambiar al otro, (progenitor, cónyuge, hijo) en general, no funciona. La única forma de cambiar al otro es cambiando uno mismo, porque al hacerlo, el otro debe cambiar necesariamente de conducta o actitud, al no poder ya responder a las conductas predecibles de la pareja. Pero también existe un encubierto temor a que el otro cambie, porque podría no quererlo más. Este es otro motivo para tratar a la pareja junta, de manera que puedan compartir el proceso.
Fuentes: churchforum.org, psicologia.academia.com