La voluntad es la potencia del alma que nos mueve a hacer o no una cosa. Es la facultad de la persona, en la cual el individuo cumple lo que se ha propuesto sin dejarse llevar por lo que le gusta o disgusta.
La educación de la voluntad comienza desde los primeros años de vida, cuando las primeras necesidades del niño se manifiestan: como darle alimento, dormirlo, asearlo, etc. Si estas se van satisfaciendo en orden y a sus horas determinadas, se formarán hábitos que ahorran muchos problemas a futuro. Más tarde, al interesarnos por sus tareas escolares, insistir en que tengan una hora fija para hacerlas, que terminen algún trabajo que empezaron, que guarden sus cosas en el lugar apropiado y en general, que tengan y cumplan responsabilidades que se les han asignado de acuerdo a su edad, estamos formando y fortaleciendo su voluntad.
Conceptos básicos de la voluntad
La formación de hábitos: se hace más difícil cuando los niños son pequeños y actúan más por instinto que por razón; posteriormente requiere de un ambiente de orden, de trabajo y de esfuerzo que no se rompe por cualquier pretexto, pero siempre dentro de un entorno de cariño que lo haga diferente a una disciplina militar.
Los estímulos: Juegan un papel muy importante en el fortalecimiento de la voluntad. Todos necesitamos de ellos, sin embargo debemos tener presente que al emplear determinado tipo de estímulo, estamos también creando una escala de valores correcta o equivocada. En la primera infancia, los estímulos son puramente materiales (un dulce, un juguete, dinero), pero es muy importante que al crecer el niño los estímulos también evolucionen hacia otros motivos más altos, como sentir la satisfacción del deber cumplido, el valor del trabajo como un servicio a los demás, una simple palabra de aprecio, etc. De esta forma, la escala de valores se definirá correctamente.
El ejemplo y testimonio de los padres: Juega un papel muy importante también, ya que a través de él, los hijos pueden aprender el amor al trabajo bien hecho, el desprecio por la vida fácil y cómoda, acostumbrarse a sortear las dificultades, el valor del sacrificio, y la alegría de una meta alcanzada.
El dominio de los instintos: Es un punto muy importante en la formación y ejercicio de la voluntad. Los hijos deben entender que aquel que es dominado por los instintos se reduce al nivel del animal y por eso hay que tener un pleno dominio de ellos.
El dominio y encauzamiento de los sentimientos: Es otro punto muy importante en esta labor, donde debemos enseñar a que el tímido se exprese, el impetuoso se frene, el eufórico se modere, el pesimista se sensibilice. El dominio se enseña sin gritos, violencia, llanto etc.
Pautar para formar la voluntad en los hijos
- Querer y buscar siempre el bien. Fomentar en los hijos la caridad y el espíritu de servicio. Querer alcanzar metas altas.
- Formar en la voluntad implica formar en la renuncia. Querer un bien supone renunciar a otro. Renunciar al capricho por el deber. Renunciar a mis propios planes por los de la familia. Renunciar al cansancio y al pesimismo por la exigencia y el ejemplo. Renunciar a las comodidades por la austeridad. Renunciar a lo que obstaculiza la razón.
- Ser firme y no retractarse fácilmente de los acuerdos tomados. «Obra comenzada, obra terminada». No dejar para mañana lo que se puede hacer hoy.
- Poner atención a los detalles, aunque parezcan insignificantes (dejar el cepillo del pelo en su lugar, apagar la luz al salir de la habitación, cerrar la llave de agua cuando no la estemos usando, poner la ropa sucia en el cesto), un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.
- Obrar con un método en lugar de improvisar. Cuidar el orden y la puntualidad. Llevar una agenda y ver cómo rinde el tiempo. Ser cumplido con nuestros compromisos.
- Señales de peligro en el hogar
- Hay síntomas que nos pueden alertar sobre problemas serios con relación a la falta de una correcta formación de la voluntad en nuestros hijos y al ejercicio y fortalecimiento de la voluntad en nosotros mismos. A continuación algunos de ellos:
- Los padres se rinden con facilidad y habitualmente a los deseos y «apetencias» de sus hijos. A menudo permiten lo que no aprueban.
- Los niños muestran una baja tolerancia a las molestias e incomodidades. Se quejan constantemente por situaciones que se presentan y no se pueden satisfacer inmediatamente: retrasos, malestar físico, hambre, sed, cansancio, etc.
- Los niños no se comportan de manera educada. Faltan al respeto a sus padres y a otras personas con las que se relacionan, como profesores, amigos de sus padres, empleadas domésticas, etc. Las palabras «por favor» y «gracias» no forman parte de su vocabulario habitual.
- Los hijos ven en los padres ejemplo de pereza, negligencia, comodidad y apatía.
- Los padres hacen los mínimos sacrificios que conlleva la práctica de la religión. Fácilmente faltan a misa y cuando acuden lo hacen «por cumplir». Ponen poca atención y no exigen a sus hijos respeto por la casa de Dios.
- El padre no es una figura con fuerza moral en la casa. Delega los asuntos de «niños» y de la «educación» a su mujer. Los niños casi no lo ven y cuando está en la casa se ocupa de otras actividades.
- El padre y la madre no muestran respeto uno por el otro. Se critican, discuten y hacen burlas frente a sus hijos.
- Los hijos creen y sienten que se merecen todo, casi nunca han de esperar para conseguir algo y mucho menos tienen que ganárselo.
- Los hijos no saben ni se les deja enfrentar con sus fuerzas a los problemas y atenerse a las consecuencias. Carecen de seguridad y evitan las responsabilidades.
- No existen reglas claras en el hogar (límites, horarios, disciplina, etc.)
Fuente: Catholic.net