Vivimos rodeados de tecnología que nos conecta con el mundo entero, pero, paradójicamente, a veces nos aleja de quienes están más cerca. Las pantallas, si no las usamos con cuidado, pueden robarnos algo más que tiempo: nos quitan la oportunidad de mirarnos a los ojos, de compartir risas y de construir recuerdos que fortalezcan el alma.
Los estudios lo confirman: muchos niños y adolescentes pasan más horas frente a dispositivos que conversando con sus padres. Este hábito, aunque común, puede debilitar los lazos familiares y dificultar la transmisión de valores esenciales como la generosidad, el respeto o la fe. Pero no todo está perdido: ¡podemos cambiar el rumbo!
La familia, un aula de amor
Desde los tiempos de la creación, Dios ha elegido a la familia como el lugar donde su amor se hace tangible. Es en el hogar donde aprendemos a escuchar con paciencia, a servir con alegría y a confiar con el corazón abierto. Pero estas lecciones no llegan solas: necesitan tiempo, presencia y compromiso.
Recuperar el tiempo en familia no requiere grandes gestos, sino pequeños momentos llenos de intención. Aquí van algunas ideas para empezar hoy mismo:
Comer juntos sin distracciones: Apaga la televisión, guarda los celulares y disfruten de una comida donde las historias y las risas sean el plato principal.
Escuchar sin prisas: Dedica un momento para preguntar cómo estuvo el día de tus hijos o tu pareja, sin juzgar ni interrumpir.
Orar en familia: Una breve oración al empezar o terminar el día puede unirlos en un propósito mayor.
Leer juntos el Evangelio: Descubran la Palabra de Dios como familia, dejando que inspire sus conversaciones.
Hacer el bien en equipo: Participen en una obra de caridad, como ayudar a un vecino o colaborar en una causa comunitaria.
Jugar y reír: Desde un juego de mesa hasta una tarde de contar anécdotas, la alegría fortalece los vínculos.
En lo sencillo se teje lo eterno. Tus hijos no recordarán tanto los regalos materiales como los momentos en que los miraste con amor y estuviste realmente presente.
Tiempo de calidad, tiempo de santidad
Como decía San Juan Pablo II, “el futuro de la humanidad se fragua en la familia”. Si soñamos con un mundo más justo y humano, el cambio comienza en casa. Dedicar tiempo a la familia no es un lujo, ¡es una vocación! Cada instante compartido es una semilla de amor que germina en los corazones de quienes más queremos.
Estar presente es un acto de caridad. Apagar el celular para escuchar de verdad, dejar la computadora para compartir un abrazo o rezar juntos, incluso en medio del cansancio, son decisiones que transforman. Son pequeños pasos hacia la santidad que se vive en lo cotidiano.
El hogar, una iglesia doméstica
La familia cristiana está llamada a ser una iglesia doméstica, un lugar donde Cristo sea el centro y el amor sea la guía. Esto no sucede por arte de magia: requiere tiempo, silencio compartido y disposición para mirarse con cariño. En un mundo que corre sin parar, detengámonos. En un mundo lleno de ruido, escuchemos. En un mundo que distrae, miremos con amor.
Cuando la familia se reúne, se ríe, se perdona y ora unida, algo maravilloso ocurre: Dios está presente, sonriendo en medio de nosotros. Así que, ¡anímate! Hoy es un buen día para apagar las pantallas, abrir el corazón y redescubrir la alegría de estar juntos. Porque en el tiempo en familia, encontramos no solo amor, sino también el reflejo del cielo en la ternura compartida, la fe vivida y la esperanza que nos une.
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Jesús Morales Pérez
Ayudo a jóvenes, adultos y familias a transformar sus desafíos emocionales en crecimiento personal. Psicólogo clínico, orientador familiar y conferencista. Autor del libro La fuerza de lo sencillo