Cuando se produce acoso escolar algunos padres identifican las señales de que su hijo está siendo víctima de la burla de otros niños.
Sin embargo, tal y como señala Irene López Assor, directora de la Fundación Gestiona, «son pocos los padres que se interesan por reconocer las conductas del ‘acosador’, y menos los que analizan posibles actitudes de bullying en sus hijos».
La entidad orientada a apoyar al sector educativo y a los profesionales de la enseñanza, señala que existen actitudes que pueden actuar como indicadores de que nuestro hijo está acosando a otros niños en el colegio. Destacan con preocupación que existe una tendencia generalizada en los padres a restar importancia a los indicadores de que sus hijos pueden estar acosando a otros compañeros. «Admitir que tenemos a un acosador en casa no es plato de gusto para nadie. Por eso, tratar de exculpar a nuestros hijos con frases como ‘no se ha dado cuenta’ o ‘es cosa de niños’ es un error muy frecuente. Pero combatir el acoso escolar es una responsabilidad de todos. La primera tarea consiste en concienciar a los padres de los acosadores de que esas agresiones, ya sean físicas o verbales, psicológicas, pueden causar un daño real a quienes las sufren y que es necesario erradicarlas», señala López Assor.
Los autores también recuerdan la importancia de que los niños reciban un buen ejemplo en el entorno familiar, ya que «los hijos imitan en el colegio los comportamientos que ven en su entorno familiar».
Indicadores de que es un acosador
1. Escasa empatía con el entorno en general. Al niño le resulta muy complicado meterse en la piel de otros y, como consecuencia de ello, es a veces cruel con quienes le rodean. Tras esa conducta poco amable no parece sentirse mal consigo mismo ni arrepentido por su comportamiento.
2. Poco control de la ira. Es normal que nuestro hijo sienta rabia en ocasiones, pero dicha rabia ha de estar sometida a un cierto control y asociada a un previo ataque de terceros. Los niños con tendencia acosadora se enfadan con mucha facilidad, tienen una muy baja tolerancia a la frustración, son caprichosos y exigentes con los padres y nada parece ser suficiente para ellos.
3. Incapacidad para reflexionar. El chico no integra adecuadamente actos y consecuencias de los mismos, por lo que la relación entre ambos es caótica y aleatoria. Los adultos de su ámbito no han sabido o no se han preocupado de transmitirle esa relación. Esto viene a darse cuando las fuentes de motivación del menor no están adecuadamente identificadas por padres y docentes.
4. Déficit de habilidades en resolución de conflictos. Carece de herramientas o habilidades para resolver el conflicto que se presente o, en su caso, para pedir ayuda. Ante una situación conflictiva, el niño se frustra y seguidamente entra en ira. Todo ello desemboca en actos agresivos con sus compañeros, sin importarle las consecuencias, ya que solo quiere expresar dicho estado emocional.
5. Baja autoestima. La falta de seguridad en sí mismo propicia las demostraciones de poder sobre otros. La constante necesidad de hacerse notar y marcado sentido del ridículo sale al exterior en forma de conducta dominante y agresiva.
6. Excesiva autonomía personal. El menor hace su voluntad, tiene asimilados pocos límites en su comportamiento y no da explicaciones a sus padres de sus actos. Esto puede estar provocado por una ausencia de control parental que hace que el menor no se sienta observado y crea que tiene vía libre para campar a sus anchas.
7. Llama constantemente la atención. Muchos comportamientos de acoso responden a la necesidad del menor de obtener la atención de sus padres. Conseguirla, aunque sea a través de conductas agresivas con los demás, es un premio para él.
8. Manía persecutoria. El niño tiene una percepción errónea de la intencionalidad de los otros; piensa que los demás están en su contra y que el mundo es un lugar hostil donde la única defensa eficiente es un ataque. La agresividad, física, verbal y psicológica, constituye la piedra angular de su interacción con un entorno que está siempre al acecho. Esperando un momento de debilidad suya para echársele encima.