La Conferencia Interamericana de Educación (celebrada en Panamá en 1947), recomendó celebrar el Día Panamericano del Maestro el 11 de septiembre con motivo del fallecimiento del educador y presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento; sin embargo, cada país ha instituido la fecha de acuerdo a su cultura o hechos propios ocurridos en la nación.
En Colombia se celebra el 15 de mayo, dado que en ese día del año 1950, fue proclamado San Juan Bautista de La Salle como patrono de los educadores por parte del Papa Pío XII. Este hecho sirvió de inspiración para declarar el Día del Maestro en este país.
Los profesores se merecen un reconocimiento diario a su labor, la cual ejercen con paciencia, responsabilidad, efectividad y vocación de servicio. También cabe destacar su capacidad de entregar lo mejor de sí, en medio de las situaciones difíciles que se presentan en el aula.
Para ellos, este texto de Javier Abad Gómez:
“Don Bosco, es recordado como padre y maestro de una multitud de niños pobres. Los muchachos de la calle lo llamaban: ´El Padre que siempre está alegre´. Su sonrisa era permanente. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una palabra dura o humillante. Por eso resulta un buen modelo para los maestros, que queramos sembrar paz y serenidad en el corazón de los alumnos.
Para trabajar con los niños, hay que amarlos; un amor que se manifieste en forma comprensible para ellos. En el caso de Don Bosco, el amor era evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo. Su método consistía en desarrollar el sentido de responsabilidad, suprimir las ocasiones de desobediencia, saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente a los padres: ´Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez´.
Es difícil, al castigar, conservar moderación, para que nadie pueda pensar que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor. Y evitar todo lo que pueda tener apariencia de dominio: no se trata de dominarlos sino de servirlos mejor. Al corregir hay que deponer la ira o, por lo menos, dominarla. Mantener sereno el espíritu, evitar la dureza o el desprecio en la mirada y las palabras hirientes. En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, que ofenden sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.”