Las consecuencias de ser “papá – amigo”

Pilar Sordo – 16.02.2009

“Me toca ver cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los hijos” afirma la reconocida psicóloga chilena Pilar Sordo en este artículo, quien recuerda que la autoridad de padre no se puede convertir en amistad, pues pierde todo sentido.

Características de los hijos en el esquema familiar

LaFamilia.info – 10.11.2008

Aunque los hijos se educan bajo un mismo techo, su ubicación dentro del esquema familiar puede afectar su personalidad. Veamos la diferencia entre el hijo único, el mayor, intermedio y el menor.

Examine sus creencias como padre de familia

LaFamilia.info
10.11.2008

Todos desarrollamos creencias durante nuestro proceso de desarrollo y crecimiento. De tal forma que cuando formamos una familia, estas creencias son definitivas en la educación y el estilo de vida que inculcamos en nuestros hijos.

La necesidad de poner normas

Mª Ángeles Pérez y Francisco Javier Rodríguez / 10.11.2008
 

“Si mis padres no me ponen hora de llegada a casa por las noches, yo supongo que es porque no les importo”.

Los estilos de autoridad en la familia

Mª. Ángeles Pérez y Francisco Javier Rodríguez/10.11.2008
 

La familia constituye un grupo social en el que sus miembros tienen una vinculación genética y donde el liderazgo es ejercido por los padres.

Las luchas de poder

Mª Ángeles Pérez y Francisco Javier Rodríguez
10.11.2008
 

Uno de los principios que los adultos han de aplicar a diario para ser mejores padres es no involucrarse en luchas de poder en las que normalmente nadie sale victorioso.

Una lucha de poder se produce cuando alguien cree que ha perdido autoridad y quiere recuperar la sensación de control. Los niños plantean luchas de poder cuando no se les permite tomar decisiones y ponerlas en práctica con sus propios recursos.

 

Hay que considerar que las luchas de poder son inevitables porque partimos de la base de que la relación entre padres e hijos no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Los padres son adultos que sirven como modelos de los hijos y estos necesitan de esos modelos. Los hijos tienen gran capacidad de aprendizaje pero muchas veces les falta el sentido común para afrontar situaciones de la vida diaria. En estos casos, son los padres los que deben poner límites a la libertad individual para protegerlos.

 

Además, cuando un padre no tiene autoridad, el hijo la adquiere y llega a disponerla y usarla. Y lo que es peor, si en la casa no hay autoridad, el hijo intenta encontrarla fuera de ella y de ahí que busquen líderes individuales que no siempre ejercen una influencia positiva en los hijos porque se refugia en su grupo y lo sigue de forma gregaria.

 

Una lucha de poder viene a ser un conflicto. No debemos temer a que aparezcan los conflictos porque así nos permite superarlos. Lo importante es aprender a enfrentarse a ellos para poder encontrar una solución correcta.

Desde el punto de vista del padre, es importante que una lucha de poder o conflicto no se plantee como algo personal donde tiene que haber un ganador y un perdedor. Lo que hace falta es controlar la situación para que las dos partes en conflicto ganen y, por extensión, la familia completa.

 

Características de las luchas de poder

 

La lucha de poder suele convertirse en una reacción, por ambas partes, de necesidad irracional de controlar al otro. Trae como consecuencia sentimientos negativos y es difícil llegar a soluciones satisfactorias para ambas partes.

Una lucha de poder genera otras luchas porque produce sentimientos de impotencia y de pérdida de control. Las luchas de poder no se producen siempre sobre un tema concreto, el motivo es la falta de poder.

Las luchas de poder pueden ser conflictos menores o acabar en malos tratos físicos. Se hacen habituales en las relaciones familiares y en casos extremos pueden producir abusos, depresión o serias disfunciones en el clima familiar.

Reynold Bean en «Cómo ser mejores padres» plantea las siguientes características:

  • Como nadie gana una lucha de poder, el objetivo es no perderla, lo cual hace que las partes enfrentadas sigan indefinidamente.
  • En una lucha de poder, ambas partes tienen la vaga sensación de estar realizando un esfuerzo inútil, pero se niegan a abandonar. Se desarrollan sentimientos muy negativos.
  • Los padres que están inmersos en una lucha de poder observan en los hijos una característica que no les gusta de sí mismos y desean cambiarla.

Los padres suelen plantear luchas de poder con los hijos que presentan rasgos parecidos y donde los adultos se ven reflejados. Por tanto, se suele transmitir al hijo que tiene un carácter similar al adulto. Esta situación la puede evitar el adulto siendo sincero y reconociendo lo que no le gusta de sí mismo.

 

La pérdida de control

Existe una relación clara entre la tendencia a controlar todo y los asuntos que no incumben al adulto. La necesidad de controlar asuntos que no son de la competencia del adulto, está en proporción directa con la sensación de pérdida de control sobre las vidas de los hijos.

En la etapa de la adolescencia suele producirse esta situación; al adolescente se le suele privar de su propia responsabilidad y esta situación suele repetirse desde la más temprana edad.

Estas situaciones se producen cuando el hijo, el adolescente, no hace lo que los padres esperan que haga. Esto activa la necesidad por parte del adulto de controlar.

Cuando los hijos aprenden a tener el control, significa que crecen en armonía porque controlan su vida y por tanto sus decisiones. Se trata de un proceso natural e inevitable. Los padres inseguros temen que sus hijos se vuelvan más autónomos e independientes.

Hay dos factores que complican la obtención de control por parte de los hijos. Uno consiste en que el proceso es irregular. Sufre retrocesos, acelerones. El segundo factor es que el aumento de las cotas de independencia produce ansiedad en ambas partes debido a la ambigüedad y a los cambios imprevistos.

La solución está en planificar el proceso de crecimiento y negociar los cambios sería más fácil si el proceso de madurez fuera más predecible.

 

Luchas de poder se producen por…

A todos nos gustaría tener más control sobre nuestros actos y vidas del que tenemos. Este grado de control es difícil de conseguir por lo que en cierta forma es lógico sentir cierta frustración. Esta sensación debemos superarla y esto es muestra de madurez. Cuando no lo conseguimos (como cuando un padre llega a casa con mal humor por haber tenido problemas en el trabajo) pagamos con el resto de la familia, sobre todo con quien no obedece.

De esta forma, la solución está (por parte de los padres) en encontrar vías que permitan a cada uno resolver sus necesidades. Estos padres son guías y modelos para sus hijos.

Otro motivo importante que origina luchas de poder es la rivalidad por la autoridad en el clima familiar. Algunos padres son conscientes de que la pérdida de autoridad es inevitable y por eso viven tranquilos y no entran en luchas de poder con sus hijos.

El grado de autoridad que tengan los padres depende, sobretodo, de cómo utilizan el poder que tienen sobre los hijos, y eso les permite aumentarla, recuperarla o perderla. Esta autoridad de los padres es eficaz cuando se cumplen las siguientes condiciones:

 

  • Existe consenso entre los padres.
  • Se ejerce de modo participativo y se sabe llegar a acuerdos.
  • Se persigue como fin la educación de los hijos y su autonomía.
  • La autoridad es coherente con la conducta de los propios padres.
  • La autoridad se apoya en valores y normas estables.
  • La autoridad se traduce en hechos.

 

La no consecución de alguna de estas condiciones puede acarrear crisis de autoridad como padres. La mejor fórmula es ejercer una autoridad positiva desde que los hijos son pequeños. Si esto último no lo cumplimos todavía estamos a tiempo porque cuanto antes se cambie y se mejore, tanto mejor. En definitiva, para seguir teniendo autoridad o empezar a ganarla, es preciso practicar día a día con decisiones correctas, justas y útiles.

 

Estamos inmersos en una lucha de poder cuando…

  • Un padre intenta evitar una determinada situación con su hijo.
  • Siempre hay que recurrir al castigo físico para conseguir lo que se pretende.
  • El padre se enfada o se deprime cuando el niño está cerca.

 

La solución de una lucha de poder está en…

No es lo mismo resolver y detener una lucha de poder que evitar que se produzca. De forma rápida podemos tener en cuenta los siguientes principios en caso de que nos veamos envueltos en una lucha de poder:

 

Haga preguntas en lugar de dar órdenes. La reacción de la persona ante una orden es de ofrecer resistencia. Por el contrario ante una pregunta se reacciona con el análisis y la evaluación. La pregunta genera ambigüedad y al niño le cuesta reaccionar ante ella, se desconcierta y es más fácil conseguir los objetivos del adulto. Las preguntas deben incluir un qué, cómo, cuándo o dónde. Se debe evitar el por qué debido a que resulta complicado explicar el motivo por el que hacemos las cosas.

 

Tenga un lugar donde «esconderse» cuando se desencadene una lucha de poder. Por supuesto no hay que abusar de esta medida. Se debe utilizar únicamente en ocasiones especiales. Sobre todo cuando el adulto siente sentimientos de frustración, enfado, resentimiento…, es fácil no tratar al niño de manera racional y justa. Retirarse a tiempo a un lugar seguro de la casa crea una situación ambigua a la que se tiene que enfrentar el niño. Es claro que cuando el padre es capaz de irse de una discusión, es señal de que controla sus sentimientos. Los niños no desearán que los adultos les controlen pero sí que estos últimos se controlen a sí mismos.

 

Proporcione a su hijo más de una opción para elegir. De esta manera, el adulto consigue más poder. Esta situación hace que el niño no se sienta impotente porque, en definitiva, puede elegir. Se consigue que el niño admita que lo que el padre quiere que haga es razonable, entonces hay que dar al niño la posibilidad de decidir cómo, cuándo y dónde debe realizar la tarea. Algunos ejemplos son: «¿quieres hacerlo ahora o más tarde?», «¿cómo piensas hacerlo?», «¿quieres bañarte ahora o dentro de 10 minutos?», «¿quieres utilizar la aspiradora o la escoba para limpiar la habitación?», etc.

 

La persona a quien usted tiene que controlar es a sí mismo, no a su hijo. Los padres cometen un grave error y es que tienen que controlar a sus hijos. Los padres que no saben controlarse a sí mismos no pueden controlar a sus hijos. No es verdad que los padres son capaces de controlarse por el hecho de ser padres.

Cuando entramos en una lucha de poder no tenemos control sobre nosotros mismos y las emociones salen a la superficie. En estas condiciones, los adultos se comportan como si fueran dueños de la situación cuando en realidad no lo son. Cuando se pierde el control significa que ya no se ofrecen opciones. Nadie es perfecto y cometemos errores por muy adultos que seamos.

Es contraproducente sentirse culpable por un sentimiento de incapacidad para resolver los conflictos. Suprimir constantemente las emociones no ayuda a los hijos a resolver sus conflictos. Los niños aprenden mucho observando las debilidades de sus padres.

Soltar una carcajada en mitad de una lucha de poder consigue pararla. Esto resulta práctico cuando todo lo demás ha fracasado. Cuando entramos en una lucha de poder no la debemos tomar demasiado en serio, porque resultará más difícil resolverla. No se trata de reírse del otro sino reírse de la situación de tensión que genera una lucha de poder. Una lucha de poder absorbe todos los sentimientos positivos por lo que ofrecer una risa en un momento de máxima tensión puede ayudar a rebajar tensión, eliminar resistencia y acercar posturas.

 

Bibliografía y webs consultadas

Aumentar, recuperar o perder autoridad ante nuestro hijo
José María Lahoz García
www.solohijos.com

«Cómo ser mejores padres»
Reynold Bean
Círculo de lectores

Respeto y autoridad
Pablo Pascual Sorribas
www.solohijos.com

¿Torturamos psicológicamente a los hijos?

Bernabé Tierno
10.11.2008
 

En demasiadas ocasiones, en las consultas de psicólogos y pedagogos es corriente escuchar de labios de los propios niños/as castigados que lo que más les daña, lo que les hiere y atormenta hasta el punto de volverles locos, es que su padre o su madre ande tras ellos un día y otro, recordándoles lo malos hijos que son, la vergüenza que sienten de tenerlos por hijos y de haberlos traído al mundo.

Por sorprendente que parezca, el castigo psíquico, la tortura psíquica, siempre teñida de reticencia y de desprecio, se da en bastantes hogares y también hasta en centros educativos regidos por personas cuya consigna es el amor a los demás.

 

Torturar psicológicamente a un hijo o a un alumno es no dejarle en paz, haciéndole sentirse un guiñapo, un ser malo y despreciable.

Hay adultos que sólo dejan de herir, insultar y maltratar psicológicamente a una criatura cuando rompe a llorar de forma desconsolada y dice que no quiere vivir porque es el ser más desdichado del mundo. Estas criaturas prefieren mil veces más unos buenos azotes, que sólo duran unos minutos, privarles de ver la televisión, de salir a la calle…, que soportar hora tras hora y día tras día las frases y los gestos humillantes y despreciativos de unos progenitores implacables e insaciables.

 

Normas generales

Antes de ampliar más el tema de la tortura psicológica es conveniente dejar claros unos cuantos criterios generales sobre premios y castigos que nos sirvan de guía.

Si una persona se siente satisfecha tras una determinada acción, tenderá a repetir esa conducta. En consecuencia, la forma inteligente de lograr buenas conductas es premiarlas para que se repitan y conviertan en hábitos buenos y positivos.

 

No se trata de premios, regalos, dinero, caramelos, etc. solamente, sino sobre todo de muestras de alegría, afecto y orgullo tras cada acción meritoria, como palabras de elogio o promesas de disfrutar más tiempo juntos divirtiéndose, etc.

 

Cada niño es un mundo distinto, por tanto, mientras que los tímidos, inseguros e introvertidos necesitarán más tacto y cuidado, para infundirles de esta manera la confianza en sí mismos que no poseen, a los extrovertidos, de carácter abierto y un poco carotas, hay que tratarles con una exigencia y firmeza razonada, pero sin concesiones de ningún tipo.

Jamás se deben hacer promesas a largo plazo. La norma es que el premio o la actitud correctiva para la reflexión se han de aplicar inmediatamente después de producirse la acción o conducta positiva o negativa.

 

No excederse en alabanzas

 

Pero tampoco se trata de pasarnos el día dando premios. Esto sólo debe hacerse al principio, y las alabanzas y premios se han de distanciar cada vez más, haciéndoles ver, poco a poco, que lo más importante del buen comportamiento es la satisfacción que se siente tras la labor bien hecha.

 

Hay que preguntarle al niño, esperando respuesta afirmativa, si se siente contento y feliz cuando tiene todas las tareas hechas o cuando le preguntan en clase y se lo sabe todo, para que vea lo provechoso y rentable que es comportarse bien.

 

Las recompensas y alabanzas de los demás deben ir dejando paso gradualmente a las auto-alabanzas y autorrefuerzos que debe aplicarse el niño a sí mismo como premio tras una buena acción, constante y esforzada.

Si de una determinada acción se siguen consecuencias desagradables, lo más probable es que el sujeto no trate de repetirla o que, al menos, disminuya el número de veces de manera gradual. Esta es la esencia fundamental del castigo.

Aunque es verdad que el efecto del castigo es inmediato y la acción que se desea castigar cesa de manera fulminante, como es el caso de la bofetada, los gritos, etc., sin embargo, no son recomendables los castigos de carácter físico y más o menos violentos porque:

  • Sus efectos duran muy poco. El niño cesa su conducta al momento pero no tarda en volver a las andadas.
  • Exige castigos cada vez mayores y se forma un círculo vicioso que no es fácil romper: mala conducta-castigo normal. Nueva mala conducta-castigo severísimo, etc. Los padres terminan ya por no saber qué camino tomar.
  • Las relaciones padres e hijos quedan en un lamentable estado. El rechazo afectivo, la acumulación de rabia y frustración es mayor y los problemas se agravan sin entrar en vía de solución.

No conviene castigar bajo los efectos de la ira y de la fuerte excitación nerviosa. Hay que tomarse unos minutos o unas horas de reflexión y calma con uno mismo para corregir con amor, firmeza y ciencia psicopedagógica. Conviene tener especial cuidado al corregir, reprender o castigar a los adolescentes.

Mantener siempre unos criterios claros en el comportamiento con los hijos. Que sepan siempre a qué atenerse. No prohibir hoy lo que se permitió ayer, ni viceversa, porque tal actitud crea confusión y maleduca a los hijos, como también maleduca el que sus padres no se pongan de acuerdo respecto a la manera de exigir conductas. La unificación de criterios educativos es fundamental.

 

Efectos principales de la tortura psicológica

 

  • Se le ofrece al niño una imagen despreciable, acusadora y negativa de sí mismo hasta convencerle de que él es esencialmente malo y defectuoso, pero sin darle ninguna alternativa o esperanza de que superará de alguna forma sus defectos o mala conducta.
  • Esta imagen negativa y acusadora sobre sí mismo se presenta constantemente, en cada momento y circunstancia, de una manera obsesiva y persistente, hasta llegar a sentirse un ser desgraciado, despreciable, malvado, con una autoimagen completamente negativa.
  • Se producen constantes situaciones de estrés y estados de ansiedad que desequilibran el sistema nervioso del pequeño.
  • La autoestima y el sentimiento de la propia competencia desciende de manera alarmante.
  • El niño se siente un inútil, incapaz de correr riesgos o tomar decisiones de manera serena y confiando plenamente en sí mismo.
  • Se produce un acusado sentimiento de inferioridad y desconfianza en sí mismo.
  • Difícilmente goza de un momento de serenidad y paz consigo mismo. Siente constantemente sobre sí el peligro por cualquier motivo y el temor angustioso de no saber salir airoso en ningún caso o situación.
  • El niño acumula odio y agresividad contra sí mismo, contra los demás y las cosas que le rodean. El desprecio que se le ha inculcado se convierte en veneno que el torturado psicológicamente tratará de exteriorizar sobre el entorno que de forma tan adversa le ha tratado.

 

Decálogo de la familia

Vivian Forero Besil / 11.04.2013

La familia, que inicia desde el momento en que se une hombre y mujer para juntos alcanzar su máximo esplendor, para desarrollarse como proyecto único e irrepetible en el que articulados construyen un universo maravilloso, del cual podrá surgir ese ser magnífico llamado: hijo; y que se complementan uno a otro; se va fortaleciendo día a día con los detalles, el amor, la comprensión, la aceptación y el apoyo mutuo.

El espíritu de la niñez se pierde a los 10 años

José Miguel Jaque – LaTercera
03.09.2012
 

Los sicólogos coinciden: hace 20 años el pensamiento mágico y lúdico duraba hasta los 13 años. Hoy desaparece entre los 8 y 9. La inmediatez que viven en su entorno y modelos cada vez más adultos avivan este proceso. Los padres lo miran con atención.

 

La rapidez con que por estos días se esfuma esta etapa infantil es una percepción generalizada en especialistas y padres. Lo que están viendo es que ese espíritu de la niñez, caracterizado por el pensamiento mágico, lo lúdico y la inocencia, es una etapa del desarrollo que se está acortando. Pasados los 10, cada vez menos niños tienen ese goce por el simple hecho de jugar y entretenerse. Sus aspiraciones dejan de ser infantiles de repente y miran con ansiedad un mundo adolescente sin esperar que llegue a la edad que corresponde. Lo mismo están notando los padres.

 

Así se lee en el Informe Global sobre el Espíritu de la Niñez, de Ipsos Public Affairs, que respondieron más de siete mil padres y madres de 20 países: el 84% de los encuestados estima que los niños están creciendo más rápido que las generaciones previas y siete de cada 10 dice que sus hijos deberían tener más tiempo para portarse, justamente, como niños, pero que no lo pueden hacer porque la vida cotidiana los empuja a lo contrario.

 

“Los niños buscan dónde reflejarse y los modelos que se les presentan tienden a mostrar adultos en miniatura. Desde muy chicos entran en un mundo que, para generaciones anteriores, era lejano e incluso estaba vedado”, comenta Daniela Carrasco, sicóloga especialista en adolescentes de la U. Diego Portales. Un ejemplo: el salto que dan en la programación infantil: pasan de ver Ben 10 a series como Hanna Montana donde las temáticas son novios, fiestas, peleas entre amigas. La rutina también cambió con los años. Antes, ver a alguien significaba trasladarse a su casa. Ahora los niños están conectados con todo el mundo al mismo tiempo. “La inmediatez hace que quieran todo más rápido”, agrega Carrasco. El desarrollo va a mil por hora y ellos quieren ir en el mismo carro.

 

Este aceleramiento, en todo caso, algunas veces no llega a todos: “Ya a los 10 años mis compañeras se preocupaban por cosas como que le gustan los niños, amores platónicos y comprarse ropa a la moda. Para mí es chistoso, porque juegan a ser grandes, le copian a la gente de la tele o lo que hacen sus hermanas más grandes que son jóvenes y no niñas como ellas”, cuenta Constanza, de 13 años. Ella no tiene apuro en crecer. Todavía lo pasa bien jugando a cualquier cosa con sus amigas. “De tanto simular algo que no son, terminan por perder lo más entretenido de la niñez”, agrega. Su madre precisa la etapa en la que está Constanza: “Mi hija es una adolescente, tiene 13 años y aunque le gusta vestirse de acuerdo a esa edad, sabe que hay algo que marca la diferencia con sus compañeras: mientras las demás quieren ser grandes, ella quiere seguir siendo niña”, dice la mamá de Constanza.

Y aunque los papás perciben claramente esta aceleración en el desarrollo, algunos no saben bien qué hacer, se quedan en la comparación -ellos crecían bastante más lento- y les cuesta no ceder a los requerimientos que permiten este desarrollo acelerado de los niños. Por ejemplo, la tecnología. “Fernanda ha cambiado de celulares como tres veces. Ahora me pidió un iPad para ella sola, porque yo tengo uno. Yo le dije que no. Ya tiene un notebook y un celular Samsung Galaxy. ¿Qué le tendría que regalar cuando tenga 18?”, dice Sara. ¿Qué les permite la tecnología? Conectarse entre ellos, con el mundo exterior donde están los modelos que hoy les interesan y abstraerse de lo “fome” que hoy les resulta su entorno familiar. “Llevarla a ver a la abuela es casi una pelea”, agrega Sara. Antes era un panorama que no encontraba peros.

 

El estudio añade un dato nostálgico: la mayoría de los padres (77%) dice que les hubiera gustado ser más despreocupados cuando eran chicos. Eso explica que le llame la atención lo que ocurre con sus hijos. “Mi hija tiene 11 años y ya habla de novio. Yo, a su edad, solo quería jugar y pasaba en la calle con la pelota o a las bolitas”, dice Hernán Arriagada (52). “Siento que creció demasiado rápido y que le preocupan cosas a su edad que no debería, como el tema de la apariencia. Va súper arreglada al colegio y se viste como su hermana mayor, 10 años más grande. Creo que pudo haber aprovechado más eso de ser niño”, dice.

 

Que eso ocurra le reportará más herramientas para enfrentar el futuro. Los recursos lúdicos y la imaginación son un factor protector. Un entrenamiento social. “Mientras más entrenamiento, más hábil eres en el tiempo. Y la relación también es inversa: mientras menos entrenamiento tienen, más les cuesta enfrentar las relaciones”, explica Raúl Carvajal, sicólogo de Clínica Santa María.

 

Ese entrenamiento social permite que los niños se centren más en el proceso y en el aprendizaje que en el resultado y en el éxito. Es decir, que mantengan rasgos de inocencia propios de la edad. ¿Qué pasa si no tienen ese entrenamiento? Una forma natural de suplirlo es establecer vínculos con niños o adultos que tengan estos recursos e incorporarlos a través del aprendizaje. “Un vínculo que no sea ansioso ni absorbente y que muestre una forma de enfrentar y resolver los problemas”, concluye Carvajal.