Juan Camilo Díaz Bohorquez
Comunicador Social y Periodista
jcdiazbohorquez@gmail.com
Twitter: @jcdiazbohorquez
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Es mayo, denominado el mes de las madres. Es un momento del año en el cual expresamos nuestro gran amor y admiración con flores, perfumes, poemas, mariachis, serenatas, entre otros, manifestaciones que encierran ternura y buenos deseos. Así que aprovechemos las circunstancias del momento para recordar porque las queremos tanto.
Debemos comenzar teniendo en cuenta que cuando llegamos a su vida la cambiamos totalmente, moldeamos su cuerpo, le generamos malestar, cansancio, sueño, sin embargo ella, puntual, se despertaba cada 3 o 4 horas para alimentarnos, dejando atrás su situación, teniendo como premisa nuestro adecuado desarrollo. ¡Qué entrega y dedicación! Digno de alguien que nos ama por lo que somos: sus hijos.
Al enfermar, con fiebre, tos, gripa, era la primera en salir corriendo al pediatra ansiosa de información que le indicara que estábamos bien y podía pasar las noches en vela monitoreando nuestra temperatura.
¡Cómo olvidar sus lágrimas de nuestro primer día de clase! Eran de alegría por el nuevo camino que iniciábamos, con algo de pena por vernos lejos aunque fuera por un par de horas. Y ni hablar de las fiestas de cumpleaños que organizaba, en donde coordinaba todo, llamaba a los invitados, inflaba bombas, partía el pastel. ¡Y no faltaba el regalo que tanto anhelábamos y que ella nos entregaba!
Durante años se levantó primero, horas antes que nosotros, para preparar la lonchera, planchar la camisa del uniforme, alistarnos para el colegio y dejarnos ya fuera en el transporte escolar o en la misma puerta del colegio.
En cada presentación, en cada obra, en las izadas de bandera, en los juegos, allá estaba de primera, con sus ojos brillantes, orgullosa de nosotros sin importar la relevancia de nuestro papel. Y cuando llegaron las fiestas con los amigos en la noche, pasaba en vela, esperando nuestro regreso para asegurarse que estábamos bien en la seguridad que solo nuestro hogar nos puede brindar.
Ella estuvo ahí cuando nos rompieron el corazón, como una amiga leal. Sus consejos siempre fueron acertados a pesar del dolor que le causaba vernos lastimados. Y cuando nos graduamos de la universidad irradiaba una felicidad que le explotaba el corazón y el alma. Por esa razón es que presume del tema cada vez que puede con familiares y amigos.
Hoy recordamos más que nunca todas esas cosas agradeciendo al Creador la madre de nos dio. No fue una coincidencia, fue la Providencia la que nos permitió conocer al ser más hermoso sobre la faz de la Tierra: nuestras madres.
Por eso Madre solo hay una. Y hay una para cada uno de nosotros.
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